No se esperaba que estos cuatro años de mandato corporativo en el Ayuntamiento de Zaragoza fuera el de las grandes inversiones. En realidad, desde el año 2008, el año de la gran explosión de obras y proyectos en Aragón, los capítulos presupuestarios de inversión habían ido disminuyendo y se caracterizaron por las pequeñas obras cotidianas más que por las infraestructuras faraónicas.

Estos cuatro años de gobierno de PP y Cs no iban a ser una excepción, salvo por un proyecto que estaba encarrilado antes de que el coronavirus se destapara con su agresividad y cambiara nuestras vidas. Ese proyecto era el de La Romareda, un anhelo en el que el alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, había puesto todo su empeño personal como su mayor legado político.

De no ser por el maldito covid-19, los zaragocistas estaríamos disfrutando a estas alturas con el juego de un equipo que con toda probabilidad, estaría muy cerca de conseguir su ansiado objetivo y los trámites para construir un nuevo estadio estarían muy avanzados. Hoy, con unas arcas públicas completamente debilitadas, prima la responsabilidad en cualquier administración y se aparca de nuevo un proyecto que parece maldito, ya que en 20 años ha sufrido por diversos avatares hasta cuatro parones (incluido el que propiciaron el PAR y el PP con un recurso judicial contra el proyecto de CHA y que ahora, con algún matiz, recuperan).

Ni un solo euro de dinero público puede ir destinado a cuestiones que, por importantes que puedan parecer, son ahora secundarias ante lacrisis sanitaria y económica que está sacudiendo a la sociedad. Ni los ayuntamientos ni el Gobierno de Aragón van a tener dinero para obras estrella. Ni siquiera valen ya los presupuestos. Todo lo que iba para inversión ahora será para reconstrucción.