Los múltiples procesos que acompañan a la crisis no deben ser vistos de manera aislada, sino interrelacionados. La crisis está siendo utilizada por quienes dirigen el mundo para reorganizarlo, todavía más, a la medida de sus intereses. Los poderosos, y sus representantes políticos, no dan puntada sin hilo. Y las medidas que se toman en nuestro país son jalones en el camino de ese nuevo mundo que quieren construir.

Desde mi punto de vista, la clave de todo el proceso es lo que he denominado la deslocalización de la deslocalización. La deslocalización supuso el desmantelamiento de buena parte del tejido industrial de nuestro país para trasladarlo a otros países donde los costes laborales fueran menores. Así, nuestro textil del Levante acabó en Marruecos o en Bangla Desh, buscando sueldos de esclavitud y nulas protecciones sociales. Ahora, el sur de Europa, con las sucesivas reformas laborales que se están llevando a cabo, comenzará a poder competir en algunos sectores con estos países del Tercer Mundo, siempre desde esa competencia a la baja que impone el neoliberalismo. Puede que el empleo regrese, pero en unas condiciones tales que, como ya se apunta, un solo salario quizá no dé para sobrevivir.

Eso explica el enfoque que en la educación, especialmente en la universitaria, tiene el Partido Popular. Para su proyecto político y social, no es necesaria una población cualificada, formada laboralmente. Al menos, no en los porcentajes que actualmente existen. Para esa visión del mundo, la universidad será, si acaso, el refugio de una élite social, que sí precisará conocimientos especializados. Y que deberá estar al servicio de las empresas. Por eso la cantinela de que la universidad pública debe buscar fuentes de financiación diferentes de las públicas, pues se trata de que sea un mero instrumento de la empresa privada. Aun así, resulta sobrecogedor el desparpajo y el cinismo de los dirigentes del PP, que, de salario público en salario público, nos dicen que en la universidad dependemos demasiado del dinero público.

Explica también que en la oferta de empleo público la parte del león sea para las fuerzas de seguridad y que el Gobierno pretenda endurecer la legislación de orden público. Ante la previsión de conflictividad social, el Partido Popular quiere tener bien engrasados todos sus instrumentos represivos. Porque transitar hacia una sociedad con una brecha social como la que pretende el PP, con una minoría opulenta y una inmensa mayoría precarizada y en los límites de la exclusión, no es tarea que se pueda prever sin una acentuación de la lucha de clases.

Explica también la férrea alianza entre las élites políticas y económicas del planeta. Hace unos días, se informaba con estupor de que el imputado Carlos Escó participará en un curso para líderes suramericanos sobre corrupción. Nuevamente pienso que encaja milimétricamente en la lógica del sistema. La corrupción es el caldo de cultivo del capitalismo. No es sorprendente que las élites políticas formen a quienes han de sucederles. Ese trending topic de la corrupción intelectual que es Felipe González, que abandonó el socialismo marxista para convertirse al socialismo gasnaturalista, cuyo lema es "expresidentes del mundo, uníos", tuvo como amiguito del alma a Carlos Andrés Pérez, una de las cumbres de la corrupción en Suramérica. La inquina a los procesos democratizadores suramericanos protagonizados por Bolivia, Ecuador o Venezuela, proceden del miedo de las élites de siempre de perder su control de la situación. Por ello, los constantes intentos de golpe de Estado de la derecha venezolana, alentados por la derecha internacional , desde Vargas Llosa a Aznar.

El poder juega a parcelar la realidad, a presentar como independientes acontecimientos que responden a una lógica global. Juega, también, a presentar la crisis como si de una fenómeno natural se tratase, ante el que solo cabe esperar que escampe. Porque sabe que si fuéramos capaces de recomponer su puzzle y detectar las razones de su diseño, estaríamos en mejores condiciones de proyectar una alternativa. Eso explica, finalmente, el empeño, en todos los niveles de la enseñanza, de eliminar todos aquellos saberes que nos pueden dar instrumentos para mirar la realidad de otra manera. Pues no hay mejor estrategia de dominación que el desarme intelectual de una sociedad.

Profesor de Filosofía, Universidad de Zaragoza