Comienza la cuenta atrás para la gran cita europea en la que se decidirá, o al menos eso parece a juzgar por el interés que despierta, el futuro de los españoles. No hay más que ver la tele, escuchar la radio o leer la prensa para contagiarse de esa emoción colectiva. Cuesta abstenerse. Todo en nuestro país gira alrededor de esa cita, incluso la agenda del presidente del Gobierno. Con la que está cayendo en España y en Europa: la tensión en la calle, la crisis económica, las medidas de austeridad impuestas o la guerra de Ucrania, por no hablar de la inestabilidad en los países árabes, cuesta pensar en otra cosa que no sea en el resultado de ese día, que se antoja incluso más importante que los de casa. Los dos candidatos, porque al final todo se juega entre dos, se desafían en cada intervención. Cada palabra y cada gesto son un reflejo de nuestras prioridades y del modelo de sociedad que queremos construir. Esta vez más que nunca los resultados en Europa se leerán en clave nacional. Solo vale ganar. Un resultado favorable acallaría las críticas y despejaría cualquier sombra de crisis en las sedes de Madrid, pero un resultado adverso podría desencadenar una tormenta perfecta, incluso dar alas en Cataluña. Y aunque algunos se resistan, en este mundo globalizado, esa realidad nos afecta a todos: a sus simpatizantes, que lo vivirán con más intensidad, pero también al resto. Es imposible mantenerse al margen de la campaña mediática, de ese cara a cara, de los mensajes que llenan las noticias y que se intensificarán según se acerque la gran cita. En una semana, en la víspera de las elecciones europeas, media España botará en la final de la Champions. Y el que no bote, ya se sabe.

Periodista y profesor