Seguro que tuvo razón el presidente Lambán cuando afirmó que el líder conservador, Casado, debería hacer un máster sobre Aragón. Aunque, claro, si lo cursara al estilo PP en la Universidad Juan Carlos I me temo que no aprendería gran cosa ni sobre la Tierra Noble ni sobre nada.

Pero esto de ponerse al día sobre la realidad aragonesa no solo atañe al nuevo jefe de la derecha tradicional. Me apuesto lo que quieran a que ni Rivera ni Iglesias ni el propio Sánchez, presidente del Gobierno central y secretario general del PSOE, podrían decir gran cosa sobre nuestra bendita comunidad si previamente sus asesores no les preparasen algunas fichas con datos al respecto. En Madrid (quiero decir en los ámbitos institucionales radicados en el kilómetro cero) solo saben alguna cosa de Zaragoza capital y si acaso detalles del Alto Aragón (por aquello del Pirineo mayormente) y de Teruel (por la cosa de la España vacía). Además, seamos sinceros, tampoco les hace falta más.

La España interior y profunda, de la que Madrid (ahora me refiero a la gran capital y a su artificial autonomía) se desentendió en cuanto pudo, dejó de ser importante en lo político, lo cultural y lo económico hace tiempo. Nada que hacer frente a la pujanza de una periferia costera que tuvo en mares o océanos una puerta abierta a la iniciativa, la aventura, el comercio, las ideas y la prosperidad.

Las élites aragonesas de todo tipo se replegaron sobre sí mismas a partir de los años Cincuenta, cuando comenzó la huida del campo a la ciudad (a Zaragoza pero también a Barcelona) y la decadencia acelerada por el impacto de la guerra civil y de la cruel posguerra se mostró irreversible. Aquí, los próceres (sobre todo los que manejaban la economía) optaron por subordinarse con entusiasmo al poder central, siempre que este les permitiera manejar sus intereses sobre el terreno. Oligarquía y caciquismo. La democracia modificó en alguna medida la situación, pero no produjo cambios sustanciales. Ningún aragonés ejerciente fue ministro ni durante el franquismo ni luego ni ahora.

El caso es que los jefazos de los partidos que pintan algo en el concierto político de las Españas tampoco reciben de sus delegados aragoneses una información clara y cabal sobre lo que se cuece o deja de cocer en la Tierra Noble. La transmisión de reivindicaciones, observaciones, malestares y exigencias lleva decenios reconcentrada en asuntos inamovibles: infraestructuras, pantanos, proyectos simbólicos y palmaditas en la espalda. Ajustándose a ese recetario, venir de visita es fácil y gratificante. Solo una vez, hace años, a José María Aznar, que era presidente del Gobierno central, le abuchearon en Teruel cuando el creía que allí se iba a encontrar con un personal entregado y amable. Fue un momento épico. Pero único.

Por supuesto Casado tiene mucho que aprender. Sobre Aragón y sobre todo lo demás. El máximo dirigente del PP trabaja con unos argumentarios muy escorados a la derecha, muy simples, muy populistas y muy tradicionales. Cuando le hablen de nosotros pensará en jotas, el Pilar y la nobleza baturra. Como es habitual.