Cuando las aguas del mar lleguen hasta el vestíbulo de los ascensores de los apartamentos en primera línea y las playas del Mediterráneo vayan desapareciendo de un año para otro, los más ricos se retirarán a sus chalets de la montaña. A esta gente, que tiene para elegir dónde sobrevivir según les vengan dadas, se la suda el cambio climático. Pongamos por caso a Trump que no firma nada que conlleve medidas para reducir las emisiones. Donald (el gran pollo frito, no el pato Donald) se retirará al último piso de su torre fortaleza y verá el espectáculo sobrecogedor del río Hudson reventando los muelles de Manhattan.

Cuando los osos crucen las autopistas huyendo del deshielo y muertos de hambre se coman al primero que pase por allí, entonces igual los del Pentágono, la OTAN, la UE, y los gobiernos del mundo se tomen en serio el asunto y firmen consecuentemente el Acuerdo de París impulsando la declaración de emergencia climática.

Cuando las altas temperaturas nos impidan la simple exposición al sol y los cánceres de piel aumenten de forma alarmante y todos vayamos a las playas escondidos tras un burka vergonzante, que de paso nos proteja de la invasión masiva de medusas gigantes alimentadas por el calentamiento inusitado del mar, entonces nos daremos cuenta de que el peligro ya lo estamos viviendo. Como dramáticos avisos de un peligro inminente.

Cuando los informativos del mundo nos cuenten que el nivel del mar ha provocado una perdida de tierra de millones de kilómetros cuadrados y un desplaza-miento de 187 millones de personas, el terror nos invadirá y nos convertiremos en parias de la tierra que hemos esquilmado sin conocimiento. Aunque quizás ya sea tarde para salvar el planeta.

Cuando los nuevos inquilinos del Ayuntamiento de Madrid levanten el veto a Madrid Central para que el tráfico regrese a invadir las calles, y la polución caiga sobre sus habitantes como un gas invisible, tóxico y mortal, que acrecienta las alergias y acorta la vida sin diagnóstico previo, entonces los ignorantes políticos se lleven las manos a la cabeza y comprendan que la polución no es solo un tema estrella de cuatro ecologistas trasnochados; porque los trasnochados, incompetentes y peligrosos son ellos.

Cuando una niña de 14 años, Greta Thunberg, se plantó en Estocolmo delante del Parlamento sueco para reclamar medidas contra el cambio climático, enlazando un discurso coherente y brillante, empezó una revuelta estudiantil en cientos de ciudades del mundo para reclamar a los Gobiernos que se forman en estos momentos que se actúe para frenar lo que ya tenemos encima. Son los más jóvenes los que se ven obligados a luchar por su futuro. Y nosotros, los adultos, no podemos dejarlos solos. Todos somos Greta.

*Periodista y escritora