Son poco alentadoras las noticias que llegan de Elche y desde luego nada honorables. Abordar los problemas del calzado atacando sin más a los chinos que allí se dedican al negocio no parece que sea un modo razonable de resolver crisis alguna, si para resolver un problema de precios, y puede que de competencia desleal, hay que apelar a la violencia, aquel problema está mal planteado y desde luego no está resuelto sino enmascarado.

Hay veces en las que esa violencia se multiplica. Si los trabajadores de los astilleros públicos se ponen legítimamente en huelga y luego optan por cortar las vías de comunicación encendiendo hogueras y cruzando animosamente las farolas que antes han derribado, en vez de encomendar a sus representantes sindicales que denuncien y disputen la cuestión con los responsables del asunto, ¿avanzaremos en lo más deseable? Si no hay encargos para hacer barcos ¿cómo podrán mantenerse los astilleros? Pues difícilmente, aunque es indudable que esas plantillas no pueden ser abandonadas a su suerte y que necesitarán ayudas económicas directas y un inevitable plan de reconversión siempre que la UE se muestre tan comprensiva con ese drama laboral, cómo lo ha sido con los déficits presupuestarios de Francia y Alemania que la UE tolera y no sanciona.

Lo del calzado de Elche guarda analogías y diferencias con la crisis de los astilleros. Analogías porque en ambos casos padecemos la pérdida de puestos de trabajo debido a la incapacidad de los empresarios para sostener precios competitivos reduciendo costos, ardua tarea por descontado.

Pero existen diferencias porque los empresarios del calzado pueden instalar factorías en otros lugares cómo el lejano oriente o el cercano sur y traer luego el calzado, según lo traigan los chinos, es decir, sometiéndose a los mismos riesgos y también a la expectativa de parecidos beneficios. Antes de los graves sucesos del jueves en Elche, ya se sabía del problema y de las soluciones que con imaginación y sin violencia acometieron los más emprendedores: desde participar en factorías chinas a especializarse en algunos componentes que venden a los mismos proveedores de calzado; todo es cuestión de precio.

También existen empresas españolas, más comerciales que industriales, que aprovechan la baratura del calzado que los chinos venden en España, a dos o tres euros el par de zapatos, para comprarlos al por mayor a los chinos de Elche y de otros sitios, embalarlos más elegantemente, añadir a cada par algún detalle y revenderlos a precios multiplicados y no por cero, precisamente.

Como no se cansaba de decir en público cierto ministro (yo se lo escuché ¡tres veces!) los empresarios (él lo había sido) llamaban oportunidades a las crisis que siempre amenazan los negocios. Algo de razón tenía y no la tienen, que se sepa, los alborotadores de Elche y menos los que les mandaron alborotar.

Debemos suponer que en Elche, como se apresuraron a decir su alcalde y algunos empresarios y sindicalistas, existe una crisis en torno al calzado, pero sea la que sea no se remediará incendiando contenedores de basura y, de paso, algunas naves de calzado que casualmente, son de titularidad china. Eso demuestra poca cabeza y menos civilidad.

El comercio ha tenido siempre vocación universal y simpatiza poco con las fronteras. Quienes sientan la tentación de quemar naves quizá acaben quemando las suyas; hay que aceptar que los chinos tienen derecho a vivir y a producir en España según permitan nuestras leyes que son para todos, españoles incluidos. Es inútil acusar a los chinos de vender más barato cuando es lo que quiere el consumidor. Es más razonable aliarse con los chinos o saberlos imitar en lo que tengan de edificante y por supuesto, sin nada de mafias ni defraudaciones claro, pero ni chinas ni españolas.

Chinos cada vez habrá más y si cumplen la ley ¿con qué título podría mediatizarse lo que hicieran lícitamente? Se insinúa que los industriales chinos emplean procedimientos de economía sumergida; si eso fuera cierto y supongo que se estará investigando, lo mismo que si lo hiciera cualquier nativo ibérico, lo pertinente consistiría en reprimirlo con energía, no vaya a ser que esta sufrida tierra nuestra y de los inmigrantes que están salvando la precaria demografía española acabe convirtiéndose en el tópico puerto de arrebatacapas. Guardémonos de suponer, por chauvinismo o por patriotería, que sólo esté mal lo que hagan los chinos y no si lo hacemos los españoles. ¿A quién aprovecha culpar a los unos y no a los otros de lo que se haga indebidamente?