El poeta es un mentiroso que dice siempre la verdad". La frase tiene su aquel y resulta atractiva pero inmediatamente obliga a preguntarse qué es eso de la verdad y si ésta pertenece a alguien. Llegados a este punto, el camino se hace casi intransitable sobre todo, si queremos encima averiguar dónde se encuentra la verdad política. La democracia arranca de que las verdades que maneja son relativas. Por eso, se supone que no hay más remedio que reconocer que el sistema se basa en una especie de presunción: es verdad lo que quiere la mayoría. Por ejemplo, en la Comisión parlamentaria sobre el 11-M será verdad, dígase lo que se diga allí, lo que quiera el Gobierno central y los partidos que le hacen el juego con o sin estipendio; como en el cuento de los calés, unos y otros se mienten sin que ninguno engañe al otro.

Y de ahí saltamos a otra duda para tampoco resolverla: ¿qué es la mayoría? Pues una masa cambiante de voluntades. ¿Merece la pena confiar en un sistema tan voluble? Respuesta de Churchill: la democracia es el peor de los de los sistemas si se prescinde de los demás. En otras palabras, la democracia tiene muchos defectos pero somos incapaces de idear otro sistema que mejore el que tenemos y del que cada cual en su momento abomina o elogia según corresponda. Eso sí, el mismo Sir Winston reconoció que no se puede curar el cáncer por mayoría. A diferencia de los problemas meramente políticos, los económicos y otros muchos se resisten a ser resueltos por la voluntad predominante en cada caso. Eso quiere decir que la mayoría no es todopoderosa; otro ejemplo: nunca llueve a gusto de todos y hasta cabe que llueva contra el criterio de la mayoría.

En definitiva, eso es lo que hay. Me ha hecho cierta gracia leer que Putin quiere cambiar el sistema de la votación por el de nombramiento directo para ocupar cargos regionales; en realidad, no hace más que reasumir el sueño imperecedero de todos los centralistas de cualquier ideología. No obstante, si queremos que los ciudadanos participen en la vida política, nada como celebrar elecciones y consultas para los más de los temas si bien se corre el riesgo de que la gente se sature pronto. Suiza no es fácilmente repetible.

La gran paradoja acaso resida en que por uno u otro camino, los poderes públicos terminan inexorablemente en manos de pocos ¿por qué será? De ahí que no haya gobernante al que no le gustase elegir en vez de que le elijamos todos a él, a sus compañeros de tarea y a los que le van a hacer la contra.

Y entonces el problema es otro: ¿a quiénes elegimos, a los que querríamos ver elegidos o a los que quieren que les elijamos? El elector siempre está condicionado por la lista de los candidatos que por supuesto no las hace él y eso no tiene arreglo previsible ni siquiera si hubiese listas abiertas. ¿Quién no ha votado alguna vez y mal que le pese, a una persona poco idónea por no decir cosas peores? Y ¿en qué lista de cualquier partido no hay más de un excluible por causas varias y cada una bastante? Esto también pasa: hay candidatos tan discretos que en cuanto los eligen no vuelven a hablar; se van "al puesto que tienen allí" y no les volvemos a ver el pelo.

Para evitar cualquier suspicacia, quede claro que escribo sin intentar referencias parabólicas de tiempo o de lugar. Lo que digo alude a cosas que ocurren en cualquier sitio y cada vez más, en cualquier día.

El ideal puede que lo fuera hacer antes de cada convocatoria un examen para candidatos a cargo de un tribunal popular, aséptico y apartidista. Suponiendo que eso no fuera un imposible, indagado cada candidato sobre sus intenciones en caso de que le eligieran, cada uno de ellos, cabe que sin excepciones, contestaría con arreglo al catón más elemental y menos sincero, ateniéndose a lo que saben que les gustaría oír a los miembros del tribunal, diciéndoles que les apasiona el bien común y que trabajarían gratis si no fuera porque tienen familia que alimentar etc., etc...; ese examen lo aprobarían todos aunque la reválida consistente en ver cómo operasen en la práctica, diera luego, resultados decepcionantes.

Digo al principio que "todos somos políticos" y añado ahora, que unos lo son porque quieren, mientras que a otros no les atrae el asunto. ¿Necesitaríamos un poeta mentiroso que nos dijera la verdad sobre esas actitudes? Unos que quieren no saben y otros que saben no quieren. Así que debemos comprender que la culpa de los que están y que no será de todos ellos, puede que toque en alguna medida a los que no quieran estar, pudiendo y sabiendo.