Es precisamente ahora, con dos victorias consecutivas, cinco goles a favor y ninguno en contra, cuando aquel optimismo de un zaragocismo más creyente que nunca adquiere un valor extraordinario. Hace cuatro días, el Zaragoza no ganaba, ocupaba puestos de descenso y se alejaba de una zona noble que, sin embargo, se empeñó en esperarle. Pero la Romareda nunca se puso nerviosa. Porque creía en lo que veía. Le gustaba. Al fin un equipo creíble al que entregar los sueños. Un Zaragoza vivo. Alma y corazón. Casi nada.

Si alguien esperaba pitos o deserciones es que no conoce al zaragocismo. La Romareda no es tonta e identifica mejor que nadie la esperanza. Aprendió a hacerlo a la fuerza, a base de traiciones y disgustos. Por eso pronto lo tuvo claro. Había tantas razones para la fe que valía la pena seguir esperando.

En Lorca, el Zaragoza ganó porque es mejor. La sentencia no es baladí. De hecho, una de las tareas pendientes era traducir en puntos la superioridad sobre los adversarios. Y ya lo hace a base de solidez, solidaridad, profundidad y eficacia. Virtudes esenciales en cualquier equipo con aspiraciones y que llevaban demasiados años sin convivir en Zaragoza. Gloria bendita.

Mención especial merece la dosis extra de solvencia aportada por futbolistas en mayúsculas como Cristian, Mikel, Zapater o Toquero. Si había alguna duda sobre ellos, que las había, las han disipado en tiempo récord. Pero sería injusto centralizar el renacer de la fe solo en los veteranos. Verdasca, por ejemplo, encarna la progresión, el hambre y el espíritu que competitivo adquirido por un equipo que, al fin, tiene líderes en el campo y en el banquillo.

Y es ahí donde se impone ensalzar la figura de Natxo González, un entrenador con todas las letras. Y eso que a veces resulta difícil de entender su afán por esperar para hacer cambios aunque el equipo lo pida a gritos. O la gestión de la dosificación de minutos en semanas de tres partidos. O no acudir a Vinicius ni siquiera para que Borja respire. Pero ninguna de estas cuestiones ensombrece la confianza depositada en un técnico que siempre supo lo que quiso y creyó en ello. También él se ha ganado a La Romareda, que no soporta las mentiras. Y este Zaragoza es de verdad. En cuerpo y alma.