Recientemente tuve el placer de participar en un seminario organizado por la Fundación de Pensamiento y Reflexión Política María Domínguez, foro prestigioso, serio, donde, todos los que están o participan, son.

Y estaban muchos, la verdad, intelectuales, profesores, expertos, en torno a las ponencias que el coordinador de las jornadas, José Durango, había dibujado sobre una multiplicidad de temas relativos a nuestro presente y a nuestro futuro socioeconómico, la mayoría de ellos vinculados entre sí.

Temas como la calidad, la sostenibilidad, el desarrollo endógeno y la competitividad, la creatividad, la innovación, la cohesión social, los espacios urbanos, la estructura territorial, las conexiones entre los mundos rurales y urbanos, la legislación y las relaciones interadministrativas...

Análisis y debates sobre la situación de las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades de Zaragoza y Aragón en en sus distintas áreas, político-administrativa, social, económica, cultural, medioambiental, territorial... El ambicioso índice proponía asimismo una comparativa de desarrollo de las ciudades-región, y, situándonos en en el eje transversal del valle del Ebro, la articulación de Zaragoza en su sistema de capitales a través de una red de conocimiento, o task force .

¿Por qué un repaso tan exhaustivo a nuestro tejido socioindustrial? Quizá, porque los miembros de la Fundación María Domínguez, como los de Ebrópolis (que estaban presentes), como los intelectuales y pensadores procedentes de otros foros o laboratorios de ideas intuyen, intuimos, que ha llegado la hora de la verdad. La hora del desarrollo y de la expansión. De las grandes infraestructuras, de los grandes proyectos, de la Expo, de la apertura de Huesca a la vecina Francia y de la consolidación de Teruel como meca del turismo interior. La hora de las eurociudades y de las eurorregiones. El momento de volcar toda la materia gris sobre los presupuestos de las principales instituciones y de exigir a nuestra clase dirigente, que no es otra que la familia política, que las lleve a cabo.

En una de mis intervenciones, la más ácida, me mostré particularmente crítico con dicha clase rectora.

Pienso, en líneas generales, y salvas sean las honrosas excepciones, pues las hay, que nuestra sociedad no está representada a la altura que se merece. Que los partidos políticos, habiendo sucumbido a la promoción de sus cuadros, a la jerarquía y a la disciplina internas, carecen de innovadores. Que entre sus siglas, y entre los cargos electos, o designados, abunda el medio pelo y el parado de larga duración. Que el tiempo y las legislaturas pasan sin verdadero aprovechamiento, y que los niveles de ejecución son más bien bajos. Me replicó uno de los políticos presentes, aduciendo que la prensa aragonesa es, asimismo, mediocre, y que también le parecían anclados en la medianía nuestros dirigentes empresariales.

¿Fallan las ideas o falla su ejecución? Creo que este debate autocrítico debería celebrarse cuanto antes, a fin de corregir o unificar rumbos, y avanzar.

*Escritor y periodista