La tradición política atribuye al sionista británico Israel Zangwill la siguiente frase referida a Palestina y pronunciada hacia 1901: "Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra". Fuese o no originalmente suya, estuviese o no inspirada en la que lord Shaftesbury, más retórico que Zangwill, dedicó en 1853 a la Gran Siria como el solar que debía acoger al pueblo judío, aquello que más importa es la idea subyacente: quienes vivían en la tierra de Palestina no cabía considerarlos integrantes de un pueblo con identidad y valores propios; la tierra de promisión de la Biblia era, además, una tierra vacía o poco menos. A un propagandista de éxito como Zangwill le importaba poco que el eslogan se ajustara a la realidad, y quienes le siguieron, con honrosas excepciones, perseveraron en la manipulación.

EN EL MOMENTO de la independencia de Israel, en el fragor de la primera guerra árabe-israelí, no se anduvo por las ramas Israel Galili, integrante de la organización terrorista Haganá, que combatió el mandato británico de Palestina hasta 1948: "Las fronteras de nuestro Estado las definirán los límites de nuestra fuerza". El enunciado de Galili lo recoge el exministro israelí de Asuntos Exteriores Shlomo ben Ami en el libro Cicatrices de guerra, heridas de paz junto con ese otro de Yigal Allon, que se remonta a 1947, un año antes de la independencia: "Tenemos derecho a decidir nuestras fronteras de acuerdo con nuestras necesidades defensivas". Por eso el propio Ben Ami osa afirmar que David ben Gurión, padre de la patria, apreció los beneficios de la paz, pero nunca la consideró una prioridad.

Esos y muchos otros de musicalidad parecida son los orígenes que permiten afirmar, en aras del realismo, que los acuerdos de Oslo, el llamado proceso de paz, la solución de los dos estados y otras etiquetas de utilización frecuente no son más que eso, etiquetas, y no hay razón para que, como por ensalmo, pueda revisarse esa larga y contundente tradición política. No hay prestidigitación capaz de saltarse por lo menos tres límites: la cesión de tierra a los palestinos, la posibilidad de que estos dispongan de instrumentos de seguridad propios y eficientes y la renuncia de Israel a tutelar a sus vecinos. Es decir, la posibilidad de que Palestina se convierta en un Estado viable con los atributos de soberanía correspondientes.

La enésima operación desencadenada en Gaza se atiene a la tradición, prejuicios y límites de siempre. En el otro bando, no hay líderes políticos inocentes, pero si alguien cree que las situaciones son equiparables, vale la pena que recuerde esa declaración de Ben Gurión del año 1938: "Políticamente, nosotros somos los agresores y ellos, quienes se defienden". Se trata de una afirmación de un realismo apabullante que deja en evidencia a cuantos hoy intentan justificar lo imposible, no son capaces de distinguir entre víctimas y verdugos y se remiten al derecho de defensa para explicar la matanza.

Cuando el 1 de octubre de 1995 Edward W. Said publicó en el diario Al Hayat un largo artículo crítico con la aplicación de los acuerdos de Oslo --"lo que los palestinos han obtenido es una serie de responsabilidades municipales en bantustanes controlados desde fuera por Israel"--, el establishment se le echó encima. Cuando Yasir Arafat rechazó en Camp David (año 2000) los términos de un acuerdo auspiciado por Bill Clinton, corrió idéntica suerte. Cuando hoy es evidente, como siempre, que el futuro palestino lo escribe Israel, y se cumple el diagnóstico de Ben Gurión --"nosotros somos los agresores"--, se movilizan los teóricos del reparto de responsabilidades entre ambos bandos y niegan la existencia de víctimas y victimarios.

HE AHÍ EL OTRO LADO de la tragedia: la opinión pública, en general, discierne cuál es el reparto de papeles en la sangría de Gaza, pero esta se desarrolla ante la pasividad apenas disimulada de la comunidad internacional, que propende a dar por amortizado el inacabable conflicto palestino-israelí porque ha perdido el poder de contaminación que tuvo en otro tiempo.

Nadie comparte en el presente la opinión emitida por un periodista francés a raíz de la Guerra de los Seis Días (junio de 1967): Palestina es el eslabón más débil de la estabilidad internacional. Y, dada esta nueva situación, han perdido la influencia de antaño las apelaciones a los principios morales y a la ética de oenegés, iglesias, organizaciones cívicas y foros internacionales. Por eso el Armagedón durará esta vez en Gaza lo que tenga que durar según los análisis de los generales israelís, como sucedió en el pasado y como sucederá en el futuro si nadie lo remedia. Porque el alumbramiento del Estado palestino no figura en los planes del Estado de Israel, se diga lo que se diga y sea cual sea el enfoque, cada vez más timorato, que la potencia Estados Unidos dé al problema.

Periodista