Dicen los entendidos que Pesadilla en la cocina tiene demasiada puesta en escena, que está muy producido. Es posible. Creo que fue en la emisión de este lunes (La Sexta) cuando más a las claras quedó esta circunstancia. Les recuerdo: Chicote viaja a Tenerife para asumir la reparación de un restaurante gestionado por un italiano dicharachero. Su problema es la falta de medios para ofrecer un producto al día y especialmente, la presencia de una hermana tan crispada, que reúne todos los tópicos del italiano de película de Sofía Loren y Marcello Mastroianni.

Realmente el programa queda divertido. Chicote alucina ante las grescas de los dos hermanos, que se quieren más que se odian. Pero uno piensa que es imposible que alguien se quiera cargar un buen negocio por armar esas bullas ante los clientes. Desconozco si la realización responde a la realidad, pero me acuerdo del consejo del autor teatral David Mamet, el guionista de El cartero siempre llama dos veces, que en su libro Manifiesto aconseja a los realizadores de teatro y cine que solo existe una regla de oro: el deseo de saber qué viene a continuación. Lo recordé mirando este show y pensando que aquello solo podía acabar en tragedia, griega o italiana.

Pero como las películas necesitan un final feliz, los dos hermanos sicilianos también se reconcilian..., al menos para la película. Teatralmente, el hermano rompe un billete de avión de regreso, para la hermana y la invita a quedarse. Creo que es un error. Me gustaría verlo dentro de un año.