En Alemania, si un bebé no puede ser identificado como niño o niña, se le podrá inscribir como «otro» o «diverso». Porque casi un 2% de la población alemana (166.000 personas) es intersexual. El Gobierno alemán prevé también que las nuevas leyes reconozcan la diversidad sexual y las de las personas transexuales y transgénero. Cientos de compañeras feministas me han increpado diciendo que reconocer a las transexuales como mujeres sería «el fin del feminismo». La psicobiología ha probado de sobra que las mujeres trans tienen un cerebro neurodivergente, con unas áreas diferentes al cerebro masculino y que se asemejan al femenino. En este sentido, un transexual es un intersexual, pues presenta conjuntamente caracteres sexuales masculinos y femeninos. Cambiarse de sexo no es simplemente afirmar que se es del otro sexo. Implica un larguísimo vía crucis que puede tardar años, que es irreversible y opera en todas las instancias sociales.No se trata de un capricho. Es una decisión largamente meditada. Pero se están montando campañas de odio que ponen en peligro «nuestra» seguridad sexual. «¡Van a entrar en los baños/vestuarios de mujeres!», dicen. Hace mucho que ya entran y no se ha reportado ninguna violación. Hace décadas que van a cárceles de mujeres y se las envía allí para evitar que las violen en las masculinas. No concibo que en nombre del feminismo se nieguen los derechos y el sufrimiento de otras personas. Porque el feminismo nació, precisamente, para defender a personas vulnerables y para reivindicar el derecho a existencias diferentes. H *Escritora