El nuevo reglamento europeo sobre organismos modificados genéticamente (OMG), que el domingo entró en vigor, es una herramienta útil que permitirá que el consumidor escoja si desea o no un alimento transgénico. El éxito del texto final, aprobado tras dos años de negociación, es haber conseguido el visto bueno, con lógicos matices, de fabricantes, agricultores, distribuidores y hasta asociaciones ecologistas. Y eso ha sido posible porque las autoridades de la UE no se pronuncian sobre las bondades o los perjuicios de los OMG, motivo de encendidas polémicas, sino que velan por el derecho a la información, por la llamada trazabilidad o control del producto alimentario desde el elaborador primario. Incluso en el caso --es una novedad fundamental-- de que un OMG empleado en la fabricación sea indetectable en el producto final. A falta de consenso, el consumidor es libre de comprar lo que quiera. Y las reglas del mercado decidirán.

Ahora les toca a los gobiernos luchar contra los fraudes cometidos tanto por engaño como por desconocimiento. Esperemos que los fabricantes, los elaboradores y los distribuidores asuman su responsabilidad y se pongan al día. De lo contrario, el trabajo será inmenso.