La virtud democrática de la transparencia se ha convertido en tendencia en la piel de toro esta Navidad. Santa Claus debe haberla traído en su saco de regalos. Todas las instituciones y gentes de orden se han lanzado a una emotiva carrera para predicar la misma transparencia a la que llevan resistiéndose heroicamente desde hace 30 años.

Ahí tienen dando ejemplo a las compañías eléctricas. Es cierto que con su campaña parecen llamarnos idiotas por no entender una factura que ellas definen como un modelo de claridad. Pero tal y como cuentan lo poco que afirman cobrarnos por la luz, dan ganas de echarles una mano y promover un maratón solidario o grabar un disco benéfico con Raphael. Apadrine una eléctrica o Siente a su mesa a uno de sus necesitados ejecutivos bien podrían acabar siendo los lemas de estas Navidades. Lo están pasando mal. Nos les demos la espalda.

El mensaje del Rey ofreció otra muestra de nuestra renacida pasión por la transparencia. Tras la esquiva actitud de la Casa Real hacia el juez José Castro, la exigua colaboración de su hija o su abogado con la justicia o incluso la decidida apuesta personal del jefe del Estado por evitar la sanidad pública, escuchar al Rey aconsejar ejemplaridad resulta inspirador, casi una experiencia religiosa.

Pero nadie ha petado "ese asunto" de la transparencia como el presidente Mariano Rajoy. Tras un año de suplicárselo, por fin convocó una rueda de prensa. No sirvió de mucho, ni contestó una pregunta, ni soltó una palabra más de lo que habría declarado en cualquiera de sus comparecencias plásmicas. Pero aun así Rajoy se ha sacrificado solo por darnos el gusto. Eso es vocación de servicio. Así se levanta a España. Politólogo