El sentido común indica --y los expertos en comunicación certifican-- que, ante situaciones críticas que generan zozobra en la población, la información es básica para que la alarma injustificada y su secuela de irracionalidad no se instalen perniciosamente en el cuerpo social. En el caso del contagio de ébola diagnosticado en Madrid, las autoridades sanitarias han demostrado, como mínimo, una notable impericia: la rueda de prensa del lunes, con la ministra Ana Mato al frente, generó más preocupación que sosiego y transmitió una inquietante impresión de desconcierto. Es cierto que estamos ante un problema sanitario nuevo, pero perfectamente previsible y para el que deben existir detallados protocolos de actuación no solo para los profesionales sanitarios sino, llegado el caso, para la población. Y como Mato no es precisamente una ministra de peso y su perfil político es bajo, es lógico y comprensible que vaya a ser la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría quien lleve el peso de la gestión de la crisis del ébola.

La infección de la auxiliar sanitaria de Madrid ha reabierto el debate de si fueron pertinentes las repatriaciones a España de los dos misioneros que habían contraído la enfermedad en África y murieron al poco de llegar a Madrid. No tiene mucho sentido insistir en esta polémica (en la que predominaron los argumentos éticos) si no es para extraer lecciones estrictamente médicas, como la de si es mejor lo que se hizo o bien asistir in situ a los infectados, opción que defiende la Organización Mundial de la Salud.

Ahora y aquí, en España, el debate es de tipo político, de política sanitaria. De cómo aplicar de forma rigurosa medidas para localizar, aislar y tratar los posibles nuevos casos. Los sindicatos de enfermería se han quejado amargamente de que ha habido fallos en la aplicación del protocolo contra el ébola y han considerado improbable un fallo humano de la profesional afectada. Frente a estas dudas razonables, la mejor certidumbre posible es la reiteración, por parte de los expertos, de que es muy improbable que, aunque haya nuevos casos, el ébola alcance en Europa niveles de epidemia.

Pero eso no exime al mundo desarrollado de la obligación de ayudar a África a salir de la miseria, la mejor medicina posible contra las enfermedades. Aunque solo fuera por egoísmo: la seguridad de África es nuestra seguridad.