Transversalidad es una de las palabras de moda, una de esas que tienen luz propia en la «caja de herramientas» que es el lenguaje (Ludwig Wittgenstein dixit). A los representantes públicos se les cae de la boca con facilidad, ya sea para analizar la matraca catalana, ponerle un lazo a los presupuestos del Estado o tratar de promover una moción de censura. Ante un panorama político tan fragmentado, todos asumen que la transversalidad es el reto de aquel que aspira a gobernar. Lo es especialmente para la izquierda, primero porque su esencia es el compromiso ético con la justicia social, y después porque solo con la redefinición del eje arriba/abajo no le alcanza. Además, a su proverbial desunión y su habitual caminar en paralelo no ayuda que las causas se dispersen.

Bastaría con un programa de mínimos pero no acaban de entenderlo o entenderse. Si en su momento, salvo ilustres excepciones como la de Manuel Sacristán, ya llegaron con retraso a comprender los llamados problemas posmarxistas (ecologismo, feminismo...), ahora son los nuevos movimientos sociales y, en el caso de España, las mareas sectoriales de distintos colores los que les desbordan. Con acompañar solo no es suficiente.

Los nuevos tiempos nada tienen que ver con el escenario de desafección que algunos fomentan para tener las manos libres. Ahí fuera la calle bulle. Se multiplican las manifestaciones y movilizaciones que se resisten a dejarse reducir y capitalizar por una u otra opción partidista para mostrar una realidad mucho más amplia. En su día ocurrió con el 15-M y ha sucedido más recientemente con la explosión feminista y con el clamor de pensionistas, policías, médicos... Quizá vengan más. La Encuesta Social Europea reflejaba en el 2014 que, tras la crisis, España es el país (con Eslovenia) donde más crece la solidaridad, se multiplican las asociaciones ciudadanas y la colaboración con organizaciones de voluntariado; algo que escapa, cómo no, al método de rentabilización cortoplacista de los partidos.

Es lógico, pues, que topemos con el concepto transversalidad, que por algo evoca una mirada horizontal, un hilo que cose sentimientos, reclamos y voluntades. Nada que ver con el centrismo político ni la moderación sin más, sino con la obligatoriedad de ser capaces de dar respuestas aplicables a todos. Eso sí, la RAE se guarda en la manga otra acepción que tampoco conviene olvidar: apartarse o desviarse de la dirección principal. H *Periodista