Europa y buena parte de la comunidad internacional, encabezada por los Estados Unidos, ha celebrado recientemente el centenario del armisticio (firmado el 11 de noviembre de 1918) que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la firma de la paz de aquella guerra, tuvo lugar varios meses después, en virtud del Tratado de Versalles (concluido el 28 de junio de 1919), como colofón a la Conferencia de París que se prolongó desde el 18 de enero de 1919 hasta la fecha anteriormente indicada. Y aún hubo de esperarse hasta el 10 de enero de 1920, para que el Tratado fuera promulgado.

Un acuerdo de paz que, por otra parte, se cocinó entre las representantes de las tres principales potencias aliadas vencedoras: David Lloyd George, primer ministro británico, el octogenario George Clemenceau, primer ministro de Francia y Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, la también vencedora Rusia no fue invitada a la Conferencia, debido a las negociaciones que los bolcheviques habían llevado a cabo con Alemania, seguidamente a la Revolución de octubre de 1917, que acabó con el imperio zarista. Y tampoco pudieron contemplar los bellos jardines de Versalles los representantes de los países vencidos: Alemania (entonces bajo la presidencia de Friedrich Ebert) y los Imperios otomano y austro-húngaro.

De este modo, el Tratado de Versalles no logró cimentar un sólido edificio para la paz futura, pese a que supuso la creación de la Sociedad de Naciones, precedente de la ONU. E incluso, ya se pronunciaron entonces, algunos agoreros vaticinios, como los pronunciados por el mariscal francés Jean Marie Foch, que había sido comandante en jefe de los ejércitos aliados durante la Gran Guerra: “Esta [la de Versalles] no es una paz; es un armisticio de 20 años”. Y desgraciadamente, acertó, pues en octubre de 1939, el xenófobo, racista y anexionista nacionalismo político llevado a cabo por Hitler como presidente de Alemania, condujo a la, aún más trágica que la primera, Segunda Guerra Mundial.

La debilidad de la Paz de Versalles se acrecentó además cuando el Senado de los Estados Unidos, rechazó (por mayoría de seis votos) en noviembre de 1919, su ratificación. Prevalecía de este modo en el país la doctrina aislacionista (América para los americanos) que ya había sido defendida por el presidente James Monroe en 1823.

De manera que, si además se tiene en cuenta que fue a partir de la Paz de Versalles cuando se crearon los naciones de Irak, Palestina (bajo una doble administración: francesa y británica), la ex república de Yugoslavia, o la también ya inexistente Checoslovaquia, se podría colegir que fue la endeble consistencia de los acuerdos alcanzados en la Conferencia de París de 1919, la que condujo (después de la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989) a las guerras de la extinta Yugoslavia, las de Irak, y las que todavía se están viviendo en Siria y en las regiones independentistas de Ucrania.

El Tratado de Versalles puede así contemplarse como una de esas raras ocasiones en las que tan pocos, decidieron tanto por tantos, y durante tantas generaciones. H *Historiador y periodista