El acuerdo comercial suscrito por Estados Unidos y China relaja las tensiones en la economía global y contribuye a reducir el riesgo de una recesión, un temor recurrente durante el 2019. Aun así, la desescalada arancelaria está lejos de haber acabado con los problemas entre los dos gigantes, porque ni el Gobierno chino está dispuesto a suprimir progresivamente las subvenciones al sector industrial de titularidad pública ni el de EEUU se siente inclinado a rebajar las cargas a la importación de una larga lista de productos chinos sin obtener contrapartidas significativas. Lo que equivale a que 360.000 millones de dólares en importaciones sigan penalizados con gravámenes de hasta el 25%.

De acuerdo con varios estudios independientes y uno de la Reserva Federal, la obstinación proteccionista de Donald Trump no ha entrañado ningún beneficio para la economía estadounidense, en particular para el sector agrario, cuyas dificultades deben menguar este año gracias al compromiso chino de realizar importaciones agrícolas por valor de entre 32.000 y 40.000 millones de dólares. En realidad, la Casa Blanca perdió más de un año en el regateo con China habida cuenta de que los negociadores de Pekín se declararon dispuestos en el 2018 a realizar importaciones en todos los sectores por un valor similar a los 200.000 millones de dólares acordados ahora para los dos próximos años. Y quedó demostrado que las barreras arancelarias ni crean empleo ni estimulan el mercado interior como advirtieron muchos analistas.

Acaso la primera razón de Trump para firmar el acuerdo haya sido la urgencia en año electoral de suavizar los efectos de su proteccionismo entre sus votantes más perjudicados. Lo que lleva indefectiblemente a preguntarse si la tregua en curso alcanzará a la Unión Europea o, por el contrario, lo que vale para relajar la relación con China no es de aplicación para Europa. O lo es solo para el Reino Unido a raíz del brexit, algo bastante probable.