Desde hace algún tiempo circula en los medios algún anticipo de lo que podría ser la sociedad europea después de la pandemia, con referencias optimistas sobre una posible recuperación en uve o la llegada de unos nuevos felices años veinte. Parece un poco frívolo cuando el ritmo de vacunación es muy bajo, se prevén muchos más cierres de empresas y hay miles de trabajadores que no saben lo que sucederá después de su erte, pero no deberíamos dejar de buscar referencias en la historia que nos permitan entender el presente y construir proyectos sociales más justos y menos desiguales.

El concepto Treinta Gloriosos procede de la historia económica y se refiere al período comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo, cuando Europa occidental accedió al pleno empleo, aumentó el nivel de vida de sus trabajadores y extendió derechos sociales y laborales para la mayoría de la población. En Francia, por ejemplo, el salario mensual de un obrero a tiempo completo se multiplicó por tres entre 1949 y 1976, pero además se completó con salarios indirectos en forma de políticas de vivienda social, de ayudas al alquiler o por número de hijos que concedía el estado. En los años cincuenta se construyó el edificio de la Seguridad Social, a cargo de enfermedades, accidentes de trabajo, invalidez o jubilación, con retenciones proporcionales sobre los salarios que aportaban los patronos. Como también se puso en marcha la indemnización por paro, el salario mínimo conectado al nivel de vida o al crecimiento económico y el aumento de las vacaciones pagadas de tres a cuatro semanas, aumentó la capacidad de consumo de las clases populares, que accedieron progresivamente a comodidades domésticas como la radio, la lavadora, la nevera o el televisor, que todavía costaba dos salarios mensuales de un obrero a finales de los cincuenta. Estas medidas sociales y laborales se acompañaron también de medidas educativas, ya que en 1959 se instauró la escolarización obligatoria hasta los 16 años, que propició que cada vez más hijos e hijas de la clase obrera superaran esa edad y accedieran a la Universidad.

Hicieron falta dos guerras mundiales y la revolución bolchevique, pero finalmente las elites liberales aceptaron que los trabajadores pudieran obtener derechos laborales y que el estado interviniera en asuntos económicos (nacionalizaciones, por ejemplo) y sociales en la línea de los trabajos del economista J.M. Keynes. Pero la reconstrucción contó también con el apoyo del Partido Comunista, mayoritario en la cámara francesa y el único capaz de convencer a los obreros de aceptar los sacrificios de la posguerra en lugar de lanzarse a hacer la Revolución. Y finalmente, la formación del llamado Estado del Bienestar se financió no solo con los fondos del Plan Marshall, sino también con una profunda reforma fiscal, que en 1948 organizó la recaudación alrededor del impuesto sobre la renta y el de sociedades. Durante este período se produjeron cambios sociales importantes, como el crecimiento de la clase obrera en detrimento de la agricultura, de la artesanía o del pequeño comercio, de la emigración, o de las mujeres en el mundo del trabajo, aunque también existen visiones críticas que señalan la autoexplotación del proletariado, mediante las horas extraordinarias, para acceder a la sociedad de consumo, la segregación urbana, el mantenimiento de las viejas estructuras coloniales o el comienzo del cierre de industrias poco rentables como el carbón. Pero aún así, es posible extraer lecciones muy valiosas sobre cómo salir de una crisis.

La intervención del Estado en sectores clave de la economía, un esfuerzo fiscal progresivo, la solidaridad intergeneracional o la redistribución de la riqueza para mitigar las desigualdades condujeron a parte de Europa a un periodo de prosperidad desconocido hasta el momento. El hecho de que quienes llaman a esto comunismo bolivariano o reivindican el legado del franquismo, incapaz siquiera de alimentar a su población en los años cincuenta, estén gobernando comunidades y ayuntamientos debería preocuparnos seriamente, porque sus políticas podrían poner en serio peligro una salida mínimamente decente de la crisis.