Me refiero a José Camón Aznar, a Pablo Serrano y a Federico Torralba, tres aragoneses que ya nos dejaron y que permanecen con nosotros por las importantes aportaciones que hicieron a nuestra cultura y a nuestro patrimonio histórico y artístico. He tenido la fortuna de contar con la amistad de los tres y de los tres aprendí cosas que ignoraba.

Guardo buena memoria de mi trato con personas de edad avanzada, a la que ya también pertenece uno, la categoría que llamamos discretamente de la edad madura o provecta, que sugiere una especie de adelantamiento en algo; suena bien... Solo presumo de haber aprendido de bastantes de ellos, más de lo que aprendí de algunos que fueron efectivos profesores míos que no maestros, a menos que lo fuesen sensu contrario.

A los venerables que cito en cabecera les fui conociendo en la sede de la Diputación Provincial de Zaragoza, cuando uno ejercía la presidencia de la corporación y también más formal que efectivamente, la de la Institución Fernando el Católico, a la que tanto debe, y desde hace tantos años, la cultura de Aragón y la española en general.

De José Camón no sabría hablar omitiendo lo que representó para él y su obra, su esposa María Luisa; siempre supo ejercer sus deberes, a conciencia de sentirse aragonesa y asturiana; son cosas del amor a la tierra de nación y a la pareja de elección; le pasó lo que a mí con Consuelo y Aragón.

A los Camón les ayudé cuanto pude como jurista "y casi familiar" que decía María Luisa, para convenir las bases del museo que lleva el nombre de Camón y al que Ibercaja dio un rango universitario que no debe perder.

Pablo Serrano me visitaba con frecuencia cuando venía a Zaragoza y sabiendo que teníamos interés en disponer de alguna obra de Antonio Saura, un día me habló de adquirir un Cristo que ahora, tras ciertas vicisitudes ocurridas después de dejar uno aquella presidencia, ha vuelto a lucir en el palacio provincial. Antes de atender la sugerencia, pedí informe a Federico Torralba, encargado de la cátedra de arte en la institución antes citada, que recomendó la compra hecha a un precio asequible a las posibilidades corporativas.

Si bien no pertenecí al llamado grupo "de amigos de Pablo", alguno también amigo mío, mantuvimos una cordial relación lo mismo que con su esposa Juana Francés y Susana, la nuera de aquel. En una reunión del jurado que discernía el Premio El Batallador de 1978, Pablo y yo, que formábamos parte como vocales junto con otros distinguidos en años anteriores, (Camón era otro de ellos) nos sentamos contiguamente y atraído por la barba cuidadosa que siempre lucía Pablo, quise dibujar su aire de patriarca y empecé a intentarlo sobre una servilleta; al notarlo Pablo, miró los malos trazos que llevaba mi ensayo, "tú de esto no sabes", me dijo, ordenó de buenas maneras que me pusiera "de canto" y con un bolígrafo de tinta verde, dibujó en unos instantes mi perfil y puso debajo esta amable dedicatoria: A Hipólito, un solo río para Aragón y muchos amigos. Pablo Serrano. Lo guardo enmarcado.

Federico Torralba fue profesor en la cátedra que Camón ejercía en la Universidad de Zaragoza, aunque no sé por qué, a aquel no parecía gustarle la idea de que le considerasen discípulo de Camón (quizá porque éste era barroco y Torralba modernista). Admito que ese renglón de su currículo no le era indispensable; la tarea de Torralba en la cátedra cesaraugustana, en la Institución Fernando el Católico y la prestigiosa colección de Arte Oriental que supo reunir día a día, a lo largo de su vida, son méritos bastantes para que ni Zaragoza ni Aragón, puedan ignorar su memoria. Una vez, contemplando juntos el retablo en piedra, obra de Pablo en la fachada sur del templo del Pilar, le preguntó a Federico si sabía donde se había inspirado y Torralba contestó inmediatamente: "En el entierro del Conde de Orgaz del Greco".

Aunque hay indicios de que pudiera suceder, nunca sería aceptable que nuestra comunidad autónoma, pasada la crisis actual, dejase de cumplir el compromiso notarial y sobre todo de honor, de levantar ese Museo de Arte Oriental, lisa y llanamente sin excusarse con baratas coartadas para incorporar los fondos al Museo Provincial de Zaragoza; me parecería penoso.