El héroe, el pícaro y el desesperado. Tres rostros de una España que va al paso (¡ya quisiéramos cabalgar!) sorteando las mentiras de una Administración que nos engaña cada vez que habla y unos ciudadanos escépticos, entretenidos en la burbuja de la Navidad.

El pequeño Francisco Nicolás, César Bona y David Pérez son la metáfora patria de la picaresca medieval, de la heroicidad cotidiana en la excelencia de una profesión amada y de la desesperación sin respuesta a una sociedad donde los únicos valores son el dinero y el éxito de la apariencia. En el caso del joven de la FAES, con rostro de roedor obcecado y mirada bobalicona, sorprende la atención mediática que ha conseguido en todos los foros con sus trampas reiterativas. El servilismo del aparato del Estado llega con este chico al colmo de la sinrazón al ser escoltado masivamente por las fuerzas de seguridad cuando acude al juzgado a testificar (cosa que no hace porque no le da la gana). ¿A qué ciudadano se le escolta y protege como si fuera un gran actor de cine o un héroe nacional al salir del juzgado?, ¿quién paga ese despliegue absurdo y desproporcionado? Es impresionante cómo este alumno aventajado del sistema corrupto español logra que se cumpla el guión escrito por él mismo al pie de la letra. Ha engañado a todos, ha conseguido fama y dinero, y se le rifan en la telebasura. Se le ve feliz. Ahora, ironías de la vida: todos quieren hacerse la foto con él.

SIN EMBARGO, el verdadero héroe español, el maestro zaragozano César Bona, aspirante a ser considerado el mejor profesor del mundo, está pasando desapercibido para esa gran mayoría silenciosa que solo se fija en el dedo que señala la luna. Cuando las élites científicas y educativas de países desarrollados llevan tiempo poniendo el foco en sus métodos --que recuerdan a los de la añorada Institución Libre de Enseñanza-- y en su persona, en España no es objeto de interés, y desde luego las televisiones no ven rentable su figura. Solo es un chico de pueblo que da clases en un colegio público. Seguro que se preguntan dónde está el interés de su hazaña: no ha robado, no ha engañado, no ha mentido, y cumple con su trabajo. Un joven normal y corriente. Apaga el foco y cierra el micro que nos vamos tras el pequeño Nicolás que asoma el pico por allí. ¡Corre, corre, que se nos escapa!

El caso del joven turolense, David Pérez Berlanga, que nos dejó alucinados al empotrar su coche contra la sede del PP, casi de madrugada, es más complicado porque representa el desahogo premeditado y la desesperación acumulada. Una se pregunta qué pasaría por su cabeza esa larga noche conduciendo su vehículo desde Bronchales a Madrid cargado con dos botellas de butano y cerillas. Cargado también de humillación, silencios, y puertas cerradas; observando como los trepas, mediadores y sinvergüenzas consiguen lo que quieren y muchos aplauden la picardía. Se puede acabar mal de la cabeza en un país donde se practica la esquizofrenia todos los días a golpe de decreto.

Periodista y escritora