Una de las dudas que plantea la idea de los días mundiales, estas conmemoraciones evocadoras, reivindicativas o lúdicas, es preguntarse si la conmemoración, la evocación, la reivindicación o la fiesta ayudan a la resolución del problema. Por ejemplo, el Día Mundial del Refugiado. ¿Lo necesitamos para recordar que la tragedia del desplazamiento humano es más presente y más terrible que nunca? La inquietud ante el futuro, la desolación de los campamentos, la espera de no se sabe qué (un Godot fantasmagórico que no llega nunca), la soledad compartida, son el pan de cada día de millones de personas que han tenido que dejar su hogar para buscar un espacio más habitable o, sencillamente, para huir de una muerte segura, sin tener claro si la fuga era tan o más peligrosa que permanecer bajo las bombas.

Sin embargo, días como el de ayer al menos sirven para algo. Para tener datos frescos, como los que ha anunciado ACNUR. Datos que no son cifras sino puñales. En el 2016, cada tres segundos, una persona tuvo que huir de su casa. Impresiona el triste récord de 65,6 millones, pero te deja más aturdido aún la continua acumulación de refugiados mientras los granos de arena se cuelan por el cuello del reloj y se depositan, uno a uno, segundo a segundo, en la superficie donde el tiempo descansa. En este día mundial, pensamos en ello. Son necesarios muchos dramas personales, cada tres segundos, para completar la millonaria cifra de la tragedia.

*Escritor