De las tres hermanas, Libertad, Igualdad y Fraternidad, las dos primeras son como las hijas de Elena -que ninguna era buena- si no van acompañadas de la tercera que es la perfección. La Libertad no es buena sin el reconocimiento de la dignidad de los otros, del respeto que merecen como personas, de la atención que se les debe y esperan, del cuidado y de la solidaridad, del amor a los semejantes y la responsabilidad que todo eso comporta, de la fraternidad en suma que es la gracia de la humanidad: el colmo, o carmullo que decimos en Aragón. La libertad humana sin esa responsabilidad se queda en libertinaje o capricho, que es cosa de cabras, antojo de embarazadas o instinto de malnacidos: de animales o niños malcriados y en todo caso que se tiran al monte porque les pete, se suben a los árboles y se salen por las ramas a tontas y a locas con la suya cabreando a todo el mundo sin orden ni concierto: a los padres, educadores, vecinos, ciudadanos o gobernantes con sentido común, a la gente normal y a cualquiera que se precie de vivir como un ser humano entre personas.

El derecho a decidir no es tal sin el deber de decidir dentro de un orden. No pasa de ser entonces para cualquiera su real gana, su bola. Sin miramiento ni respeto alguno a las personas con las que convive o se quiere convivir de ser cierto como dicen - que no lo es- los que siempre lo dan por supuesto -¡faltaría más!- y lo propalan descaradamente. Sin el deber de decidir desde la responsabilidad, ejercer el derecho a decidir es botar con los pies calzados y las botas puestas. No con la cabeza y menos con el corazón abierto, ni entrar en razón para entenderse: es topar y embestir para ganar, es luchar y pegar ya sea con el puño o levantando la mano contra los otros que no son ni piensan como nosotros. Es gritar para que nos oigan todos y nadie escuche, es dejar el diálogo -la palabra cabal- y usar de la fuerza bruta para vencer: para zanjar y cortar, para matar si es preciso, para cortar el nudo sin poner la esperanza a trabajar. Es decidirse por la violencia, que es más rápida que la paciencia, sin pensarlo dos veces ni tomarse tiempo para resolver ningún problema. Es eliminar al adversario, prescindir de los otros y renunciar a la convivencia. Es terminar la guerra sin hacer las paces, para vivir a la defensiva con el miedo en el cuerpo y alarma en el corazón. Es vencer con una paz aplastante: la del cementerio, y acabar con la vida humana. Porque se es persona ante los otros y con los otros, no contra los otros. Y morir, lo que se dice morir, es lo que nos pasa a cada uno: se muere solo, esa es la verdad. Estar contra los otros no es vivir en paz, no es convivir sino estar en guerra hasta morir o matar. Vivir en cambio se hace con otros y en grado sumo -a tope- cuando uno se desvive por los demás. Eso es hacer la vida humana, y pasar de los otros o ir contra ellos es sufrir lo que nos pasa y perder la vida de cabo a rabo sin sentido ni provecho alguno: es después de todo haber sido para nada y para nadie, es la muerte eterna.

La segunda, la Igualdad, apenas es tal ante la ley cuando no lo es también realmente como igualdad de oportunidades, social y económica hasta cierto punto. Cuando en vez de compartir el pan y la conversación con los otros se trata a los pobres peor que a las mascotas. ¿Qué es la igualdad ante la ley o la justicia en un mundo en el que manda el dinero y se ensancha el abismo de la desigualdad? Los ricos pueden permitirse lo que no pueden los pobres aunque lo mande la ley y contra ella si lo desean, que poderoso caballero es don dinero. Solo con la fraternidad universal, sin fronteras, alcanzan las personas la cima de la perfección humana y se hacen semejantes a Dios donde lo haya. Solo los otros, que son como nosotros en principio, son el atajo para llegar a ser como Dios que es enteramente el Otro de todos nosotros: libre y libérrimo, justo y gracioso. La desmedida de la justicia o la justicia sin límites que es el amor.

Mientas tanto -si acaso hay Dios para nosotros- el lugar del hombre en el mundo está aquí donde tenemos el cuerpo entre muchos hermanos y hermanas. Y si ha muerto como anuncian algunos y nadie vé por ninguna parte, lo mismo. La mejor opción es la fratría. No la matria ni la patria: la madre tierra o el padre estado, sino la fratría universal. Y más el camino, compañeros, que un lugar para quedarse. Que no hay padre ni madre por encima de los hermanos... ni estado que no se abra ni historia que valga la pena si ya está hecha y no tenemos ya nada que hacer. ¡Anda ya, compañero! ¡Visca Espanya i Catalunya lliure, Companys!.

*Filósofo