Natxo González explica a sus jugadores qué es lo que quiere de ellos, pero en esa aula todos son alumnos, unos de otros. El técnico mantiene su idea original, que no es otra que la de la mayoría de los entrenadores desde que el fútbol se transformara en una partida de ajedrez donde los peones y su valor estratégico han adquirido más valor que cualquier monarca: no encajar un gol para ganar o intentarlo. El técnico no va abandonar ese patrón que en otros equipos le ha dado tan buen resultado y ha barnizado su currículum de cierto éxito para ciertos momentos y lugares. Por ejemplo para esta categoría árida de ocasiones y fértil de errores. Sin embargo, el técnico, en el día a día desde que comenzó su trabajo, ha ido percibiendo que la plantilla no encaja al cien por cien en el perfil estajanovista que pretende implantar. Por lo tanto, como estratega, ha empezado a probar otras variaciones sobre el molde original y la versatilidad de algunas piezas. El domingo estreno en competición un trivote flexible que desentonó en la primera parte y elevó las prestaciones colectivas en la segunda, cuando se definieron los papeles y las funciones de cada uno de los ocupantes de esa parcela. El Real Zaragoza no está preparado para destaparse por el exterior, así que arropó a los futbolistas tras un escudo interior de seguridad por delante de la irresoluta defensa.

A la frescura física de un bloque tierno pero con más combustible que todos sus predecesores, se unió esta formación táctica tan necesaria mientras lleguen refuerzos e incluso más allá de esa supuesta mejora puntual. El Real Zaragoza cuenta con un buen puñado de poetas con el balón como herramienta romántica (Buff, Pombo, Febas, Oyarzun y puede que Papunashvili). Contra el Granada, Febas desapareció de la alineación porque en sus anteriores asociaciones en el once con Pombo y Buff por bandas, el equipo quedaba muy expuesto por detrás tras la pérdida de la pelota. Natxo eligió la prosa: Zapater flanqueado por Ros y Eguaras y el suizo de verso libre muy cerca de Borja Iglesias. Hubo que esperar más de 50 minutos para esa apuesta diera sus frutos. Sucedió en el instante en que el trivote armonizó sus movimentos y repartió las competencias: Eguaras cogió el timón como lanzador del juego, Zapater sumplificó su relación con el esférico en su puesto de guardián y Ros aceptó el rol de guerrillero, cometido más acorde con su naturaleza futbolística que el de de conductor atribulado. Para el futuro con este sistema queda una duda razonable: ¿mejor un intercambio de casillas entre Eguaras y Zapater que daría más velocidad al origen del juego?

En la construcción de la fortaleza y en la llegada de esas piedras angulares antes del jueves, Gaizka Toquero, aún engrasando su estado físico para salir en la formación inicial, dejó bastante claro su presencia en este equipo tiene una dimensión mucho mayor que la de revulsivo. Buff realizó un buen partido y corrió como un poseso en la mediapunta, el único espacio hecho para sus virtudes. Le llovieron elogios excesivos, como a sus compañeros, porque un buen pase o un detalle de calidad en estos tiempos son recibidos en La Romareda como el 6-1 al Madrid. Es comprensible el entusiasmo y hasta el espejismo emocional. Son tantos años de hambruna para los antiguos seguidores y de vivir de las leyendas contadas para las más jóvenes, que un poco de algo ya es mucho. Toquero, no obstante, ajusta mejor que el suizo en esa alianza de esforzados que propone Natxo González. Además el vasco, pese a su edad, tiene carrete para rato, un capacidad de lucha sin parangón y un apetito atacante que presentó el sábado en el Municipal con tres remates de peligro, uno de ellos al poste. Engancha con el público y liberaría de trabajos forzados a Borja Iglesias. No posee el tobillo de Buff ni de Pombo, pero, aun en su ocaso, es un jugador muy en activo con el sello de Primera División en su pasaporte.