En mayo del año 2011, con un Estado al borde de la quiebra, la troika aterrizaba en Lisboa para imponer su dolorosa cura de austeridad en todo Portugal. Tres años después, el vecino país ibérico pone punto final a un rescate que ha dejado a la función pública en su esqueleto, ha duplicado el paro (del 7,6% en el 2008 al 16,3% en el 2013), ha sometido a los lusos a una presión fiscal "enorme", en palabras de un ministro, y ha aparcado grandes infraestructuras como el tren de alta velocidad entre Madrid y Lisboa. El Gobierno portugués ha hecho los deberes que le impusieron el Banco Central Europeo (BCE), la Comisión Europea (CE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) y ha aprobado el examen. Desde Bruselas las previsiones económicas son positivas. El crecimiento previsto este año será del 1,2% y sumará tres décimas en el 2015. El paro se reducirá el año próximo hasta el 14,8%. La buena marcha de las exportaciones ha dado un gran respiro a la industria.

Sin embargo, la vulnerabilidad de Portugal sigue siendo muy elevada. El país ha salido de este envite como lo hizo hace poco tiempo Irlanda, sin una red de seguridad, sin unas cautelas de protección en caso de derrapar. Que el rescate haya finalizado no significa que las reformas hayan acabado. La salida del rescate no implica un cambio de política económica ni una mejora de las condiciones de vida para los sufridos portugueses. La austeridad continuará. El FMI, por si acaso, advierte de riesgos y desafíos por venir, pensando seguramente en la persistencia de problemas estructurales que afectan al desarrollo económico. Portugal debe devolver 78.000 millones de euros en diez años (110.000 millones sumando los intereses), y para lograrlo no puede bajar la guardia ni dar ninguna alegría a sus ciudadanos.

INCÓGNITAS

El primer interrogante que pesa sobre la recuperación de la economía portuguesa está ahora mismo en manos del Tribunal Constitucional, que debe dictaminar sobre la constitucionalidad de los últimos presupuestos generales del Estado. Ya en el pasado esta alta instancia había tumbado diversas medidas aprobadas por el Gobierno. Si eso vuelve a suceder, el primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, ya tiene la solución: más impuestos todavía. Se cumpla o no esta amenaza, una cosa está clara: la máxima austeridad se ha instalado en Portugal (como en tantos otros países) para quedarse.