A Europa se le corta el aliento viendo los nubarrones que se ciernen sobre ella cargados con el granizo de una tercera recesión. El Banco Central Europeo, tan formalito cuando solo eran los derrochadores e indolentes países del sur los que hacían aguas, ha dejado el precio del dinero casi gratis a ver si las ventanillas bancarias se animan a confiar en los emprendedores a los que tanto jalean y en los que tan poco confían. Con más de un 13% de morosidad por estos lares pocos emblemas financieros están dispuestos a hacer de intermediarios. Todos los organismos internacionales dan señales de temer lo que se avecina. Y, mira por dónde, aquí los que dirigen se aferran a ser los únicos que con sus reformas de empobrecimiento generalizado están logrando que la economía crezca. ¿Para qué si el objetivo no se traslada al bienestar de la gente? El paro casi no baja, al contrario que los salarios y el búscate la vida ya es el eslogan actual de lo que fueron los servicios sociales. Mientras la tronada asoma, los líderes de las siglas --en lugar de contrastar cómo afrontarla-- andan de bolos reclutando fidelidades de militantes para que expandan el anzuelo en el que cada cual confía ante las citas de mayo. Unos, en el santuario con la mosca de la recuperación; otros, exhibiendo sonrisa ante las bases mientras a los empresarios familiares les venden el gusano de la transformación, ni de derechas ni de izquierdas; alguno recordando quién manda para acotar la pesca en el zancocho. Y el siluro al que todos temen, a punto de hacerse anfibio. Periodista