El conflicto de Irak se está configurando como un nuevo modelo de guerra en el largo catálogo de intervenciones bélicas de Estados Unidos. Más allá de haberse convertido en una especie de Vietnam del siglo XXI, a los capítulos de las torturas, las matanzas de civiles y la ejecución de enemigos heridos e indefensos hay que añadir las protestas de los soldados y los primeros casos de deserción. Las quejas de la tropa en la reciente visita del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a Kuwait por su creciente frustración ante la duración de sus contratos y las deficiencias del material, que consideran inseguro e inadecuado, abren un capítulo inédito y espectacular en la historia del Pentágono. Rumsfeld, que acudió a arengar y animar a la tropa, se encontró con una asamblea de soldados que literalmente le colocaron entre las cuerdas y situaron a la política militar del presidente George Bush en una situación difícil y límite.

El presidente ha asegurado que comprende las invectivas de los soldados a Rumsfeld, y que las críticas sobre el material bélico en Irak están siendo estudiadas. La postura de Bush evidencia una vez más que quienes le acusaron de falta de planificación de esta guerra tenían razón.