Primero fue el brexit, después Trump. El populismo ultraconservador cabalga desbocado a ambos lados del Atlántico. Ambos, Trump y el brexit, representan el miedo ante la globalización y ante el avance imparable de la tecnología. Y ante algunas de las derivadas que más directamente afectan a las clases medias, como inmigración, pérdida real de poder adquisitivo, cambios en la cultura laboral, desempleo y, en general, pérdida de expectativas. Muchos cambios en la «aldea global» se propagan a través de las ciudades, puertas de entrada de inmigrantes y bancos de prueba para los gigantes de la economía post-industrial. Resulta significativo que tanto Trump como el brexit hayan cimentado su victoria en las zonas rurales. Es como si el campo le dijese a las ciudades «vosotras traéis el cambio, y con él llega un futuro que ya no parece prometedor. Quizás no sea mala idea volver al pasado».

En Aragón, la capital y el territorio tampoco se acaban de entender en lo político. Zaragoza siente que desde el Pignatelli se trabaja «para el territorio», mientras desde el Gobierno de Aragón se recela de las demandas de la capital en materia de financiación y de ganancia de «peso político», sustanciadas en esa Ley de Capitalidad que nunca llega. Ahora bien ¿se corresponde esa postura institucional de desconfianza con la manera en que viven nuestras gentes? Afortunadamente, no.

Zaragoza y Aragón palpitan a la vez porque son lo mismo: la interdependencia entre el territorio y la ciudad es fortísima. Zaragoza es un gran generador de contenidos para Aragón, y los pobladores del mundo rural aprovechan intensamente su oferta educativa, laboral, cultural, comercial y de ocio. Muchos trabajadores urbanos se han mudado al cinturón metropolitano en busca de vivienda asequible, y buena parte de la población rural vive de lunes a viernes en Zaragoza. La simbiosis entre la capital y el territorio hace que no se entienda la una sin el otro.

Aragoneses y zaragozanos merecen un diálogo institucional basado en la cooperación y no en la competencia por los recursos (mientras muchas regiones europeas intentan atraer inversiones con su capital a la cabeza, el Gobierno de Aragón decidió en 2014 excluir a las tres capitales aragonesas del reparto de los fondos FEDER.) Nuestra comunidad necesita situarse inteligentemente para competir en un mundo cada vez más globalizado, y hacerlo de la mano de Zaragoza. Que Zaragoza sea la quinta ciudad de España por población y que su ayuntamiento, gracias principalmente a sucesivos gobiernos socialistas, sea referencia en materia de sostenibilidad, innovación, movilidad y participación, debería sentirse en el territorio. Un primer gesto: que Zaragoza otorgue esa especie de «carta de ciudadanía digital» que supone la Tarjeta Ciudadana a los aragoneses que utilicen sus servicios.

DE MANERA amplia, el desafío es que tanto las ciudades de Aragón, con Zaragoza a la cabeza, como el territorio, sean puntas de lanza en innovación, en reindustrialización, en calidad de vida y en regeneración democrática, para lo cual es imprescindible una reflexión conjunta. Sería la primera vez que se hace: Aragón tiene una «Estrategia de especialización inteligente» (la cual define qué queremos ser en Europa) para cuya elaboración Zaragoza apenas fue tenida en cuenta. Zaragoza, por su parte, ha definido una «estrategia 2020» que se queda territorialmente corta, pues alcanza solamente al ámbito metropolitano. Un terreno, el estratégico, abandonado por una corporación sensible a la emergencia social pero sin visión para articular una defensa viable de la ciudad y sus gentes frente a los mencionados retos de la globalización y la tecnología.

Quizás haya llegado el momento de pensar la Zaragoza y el Aragón de 2030. De idear, aunque sea por pura estrategia de supervivencia, la manera en que Zaragoza y Aragón se conecten juntos a los flujos globales de conocimiento e inversiones.El mundo rural puede también exportar ideas a la ciudad, pues es referente en materia de calidad de vida, de atención al mayor, o de integración del migrante. Se tiene a veces la sensación de que los habitantes de la ciudad aspiran, en cierto modo, a vivir «como en un pueblo» y, sin embargo, nuestros pueblos no están sacando provecho de su potencial como laboratorios a pequeña escala de soluciones que puedan ser replicadas en la ciudad. Si trabajamos juntos, podemos especializarnos como productores de políticas avanzadas en asuntos como inmigración y segunda generación, innovación educativa, herramientas y estrategias de participación ciudadana, o de la cultura como multiplicador económico. Si no lo hacemos, Zaragoza y Aragón retrocederán, aunque sólo sea porque otros avancen, y de la mano del retroceso económico llegará una nueva crisis social que desencadenará, esta vez sí, una irreparable crisis democrática.

Estamos a tiempo de evitar que, en Aragón, los «perdedores de la globalización» sean legión. La cacareada recuperación económica es todavía endeble, y somos más vulnerables de lo que nos dicen ante cualquier resfriado financiero derivado, precisamente, del brexit o de la política de la futura Administración Trump. Hemos de protegernos cuanto antes, y ello pasa por que nuestras instituciones se sienten frente a frente, se miren sin prejuicios, y tracen un plan ambicioso y realista para alcanzar el Aragón soñado y posible. Eso, o nos «comemos» nuestro propio Trump de aquí a 10 años.

*Alcaldesa de La Almunia de Doña Godina y co-editora de Glocalistas.net. Firma este artículo con Daniel Sarasa, Máster en Ciencias Urbanas y co-editor de OpenYourcity.com