La decisión del G-20 de afrontar una reforma de la Organización Mundial de Comercio (OMC) sería un gran logro de la cumbre de Buenos Aires si no fuera por la determinación de Donald Trump de seguir adelante con su proteccionismo, que alimenta la guerra comercial con China y de forma menos radical, con Europa. Mientras los impulsores de revisar el papel de la OMC, con la UE al frente, aspiran a establecer nuevas reglas que garanticen mejor el libre comercio, Estados Unidos insiste en ponerle trabas para proteger su economía con la imposición de aranceles. El eslogan América primero sigue siendo faro y guía del programa de la Casa Blanca al tiempo que se multiplican las señales de un estancamiento de las economías emergentes y, en general, de un frenazo en el crecimiento a escala global. Nada de particular tiene que sean mayoría en el G-20 los partidarios del multilateralismo económico, pero tampoco lo tiene el enfoque dado por Trump a la cumbre: era lo esperado. Tampoco sorprende a nadie el apoyo mayoritario al acuerdo de París sobre cambio climático, ni la modesta alusión a los flujos migratorios, pero en ambos casos se repite la misma situación: el presidente Trump se mantiene al margen de tales compromisos y los devalúa con su comportamiento. Al igual que sucede con la crisis ucraniana, que alarma a Europa y soslaya Trump, limitadas a la mera retórica sus críticas a Rusia. Todo lo cual daña el statu quo internacional, a todas luces objetivo último de la Casa Blanca.