Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el uso de las nuevas tecnologías se ha apoderado de la forma de hacer política. Basta ver el uso de Twitter que hace el presidente o la venta y manipulación de datos personales procedentes de Facebook en procesos electorales. Sin embargo, un medio ahora ya tan antiguo como es la televisión, en el que Trump había logrado altos índices de audiencia y le había hecho famoso en todo Estados Unidos, se le está volviendo en contra. El prime time es ahora dominio de quienes están dispuestos a revelar todas -o una parte- de las numerosas debilidades del multimillonario, debilidades que le convierten en inadecuado para el ejercicio del máximo cargo público en EEUU.

Hasta ahora habían sido dos mujeres, la actriz porno Stormy Daniels y la chica Playboy Karen McDougal, quienes habían contado o insinuado en hora de máxima audiencia televisiva historias de sexo con Trump ocurridas antes de las elecciones del 2016, ambas receptoras de sendos cheques abultados para comprar su silencio. El sexo extramarital y de pago puede ofender a sectores de la población, aunque la imagen de un candidato ligón y vulgar de sobras conocida no afectó a sus resultados electorales. Por el contrario, en algunos sectores e incluso entre mujeres fue visto como algo positivo.

Pero ahora no han sido solo chismes sobre la actividad sexual del presidente lo que ha llegado al prime time. Ha sido un ataque en toda regla lanzado por el exdirector del FBI, James Comey, en una entrevista con motivo de la aparición del libro Una lealtad mayor. El autor había sido despedido por el presidente a causa de la investigación sobre la colusión entre la campaña electoral de Trump y el Kremlin para perjudicar a su contrincante, Hillary Clinton.

Comey no se cortó en la entrevista -tampoco lo hace en el libro-, sobre la catadura moral del personaje reiterando su incapacidad para ser presidente, puesta de relieve (entre otras cosas) por el uso reiterado de la mentira. El exdirector de la CIA llegó al núcleo de la cuestión, es decir, a la pérdida de unos valores que paralelamente reivindicaba el expresidente estadounidense Jimmy Carter, como la fe en la ejemplaridad de decir la verdad. Solo que el expresidente no lo hacía en prime time.