Dicen los observadores internacionales que la reelección del presidente Ben Alí ha sido correcta, y que no ha habido grandes pucherazos. Los ha habido en otras ocasiones, y el 95% de los votos obtenidos es un porcentaje que le produce escepticismo a cualquier observador occidental, pero hay que reconocer que las cosas no van muy mal en Túnez. Es un país con un crecimiento del PIB cercano al 5%, mientras sus vecinos argelinos van casi un punto y medio detrás, y no digamos los libios que no crecen: son cada vez más pobres. Túnez sufre una tasa de paro del 16%, que puede parecer muy alta, pero es un tercio más baja que en Argelia, donde alcanza el 25%. Cuando tardas un par de años o tres en ir a Túnez, notas las mejoras. Y el gran competidor de España en turismo de sol y playa será Túnez, en cuanto las terminales de internet y las carreteras y otros servicios mejoren.

Mientras en Túnez cada vez se vive mejor, en la mayoría de los países del Magreb el progreso es lento o inapreciable. Y es curioso que, cuanto más baja es la renta per cápita, más alto es el porcentaje de creyentes fundamentalistas. O bien Alá prefiere a los más pobres, a los más miserables, o bien es que las comodidades y el bienestar tienen a la gente muy ocupada en los esfuerzos por mejorar, se trabaja más y se ora menos.

Ben Alí esta llevando el país al progreso. En lugar de sentir melancolía por las glorias pasadas --y en Túnez son tan pasadas, que se podrían remontar a Cartago-- apuesta por el futuro, cree en las fórmulas de crecimiento occidentales, y los resultados están a la vista. En el Banco Mundial se observa a Túnez como un alumno aventajado y formal que cumple con sus deberes. Hay corrupción, claro, como en muchos países de la Unión Europea, y su asignatura pendiente es sacar de la cárcel a unos cuantos tunecinos que están allí por no pensar exactamente lo mismo que Ben Alí, cuya victoria es positiva para Túnez y para la región.