La curva es cara en todos los ámbitos. Más económico es el ángulo recto, el de siempre. En los edificios y en los coches. El Tuning se ocupa de hacer curvas fabulosas en los autos. Cada día se ven más. Luego tiene complementos, el sonido, las luces, la pintura, el ruido del escape. El motor y la juventud es casi lo mismo, el bramido de la edad. Pero, como todas las fijaciones infantiles, no se cura jamás. Este fin de semana ha habido en Zgz un espectáculo de tuning, con derrapajes y premios al pedorreo: en las camisetas de los organizadores ponía Vaticano Pub, aunque no había ningún papamovil. Radical Racer y Live The Fantasy han organizado el evento. Ha sido en las ferietas, en ese rincón raro que le ha salido a Miguel Servet, junto al tercer cinturón, medio afueras medio adentros. Los tuneros de la redolada sacaron a relucir sus obras de arte, que ya no tiene nada que ver con los autos que salen de las fábricas. Todo es fantasía y curvas imposibles, llantas de ensueño y chicos con bicis pequeñetas que acarician esos bólidos: es como si Dalí se hubiera aparecido de repente en los talleres de chapa y pintura. Todo se puede retorcer y reinventar, el tuning es como la política. Esto también suele venir de América (los autos de los cincuenta ya salían tuneados de serie). Tom Wolfe escribió en los primeros sesenta un reportaje sobre los autos pichicateados: El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (Tusquets) en el ya se flipa con los coches, los rótulos luminosos y toda clase de excesos cotidianos de ese nuevo mundo que a ratos aún nos resistimos a imitar, al menos cinco minutos al día (que los dedicamos al toro de fuego, etc).

En la guerra civil hubo mucho tuneo de vehículos, como se ve en las pinturas de Pepe Cerdá y en los catálogos de blindados improvisados de la época, pero el auténtico boom del tuning hispano se produjo en la posguerra, más por necesidad que por luxe, aunque también había manitas que se recreaban en las carrocerías y los detalles, dentro de una miseria que luego se ha hecho legendaria en Cuba, donde no se tira nunca un alerón. Casi en cada herrería y en cada pueblo se carrozaban a mano viejos chasis desgonzados. De modo que el tuning que disfrutamos ahora --que cuesta un dineral-- y que lo vemos asociado a esta prosperidad con la lengua fuera, tiene sus antecedentes gloriosos. Larga vida al tuning show.

*Escritor y periodista.