Después de la violencia desmesurada vivida en Kiev, con un elevado número de muertos y heridos, y extendida ahora a diversos puntos de la vasta geografía de Ucrania, la pregunta que está en el aire es si la protesta contra el presidente Viktor Yanukóvich iniciada hace tres meses y su reacción para acabar con ella lanzada la tarde del martes degenerará en una guerra civil. Hasta el fatídico martes el presidente y los líderes de la oposición habían hablado; poco, pero lo habían hecho, consiguiendo los opositores algunas demandas. La principal, la dimisión de Yanukóvich, quedó fuera de cualquier acuerdo. El presidente siempre ha podido alegar que en el 2010 ganó unas elecciones de forma democrática, contrariamente al fraude electoral que le llevó a la presidencia en el 2002, que fue la mecha de la revolución naranja del 2004. Después de lo ocurrido ahora con el asalto a sangre y fuego contra el euromaidán, el sistema puesto en pie por Yanukóvich se está desmoronando y la opción de una solución política ha muerto al decidir lanzar a las fuerzas de choque contra los manifestantes, con tan dramático resultado.

Europa ha estado en el centro de la revuelta. Lo ha estado con la propuesta de un acuerdo de asociación con Ucrania rechazado por Kiev en el último minuto, en diciembre pasado, al optar por formar parte de una Unión Aduanera con Rusia. Ucrania es un país en bancarrota y necesita fondos para salir del atolladero. La crisis y la dificultad de poner de acuerdo a los Veintiocho hicieron que la oferta europea no cubriera las necesidades. Vladimir Putin, que no tiene que rendir cuentas a nadie, ofreció sobre el papel lo que la Unión Europea no podía dar. Este fue el detonante de la protesta que sacó a la calle a la oposición europeísta, a la que lamentablemente se han sumado fuerzas ultranacionalistas contrarias al espíritu europeo.

EL PAPEL DE LA UE

Ahora la UE no puede abandonar a quienes han defendido de manera tan firme su voluntad de pertenecer a la órbita europea. Se perfila la imposición de sanciones, pero a estas alturas esta medida parece muy poco. Bruselas, y en particular Catherine Ashton, deben recordar --y no repetir-- el papel de la UE en el conflicto de los Balcanes hace dos décadas. Desde entonces Europa no había estado tan cerca de un conflicto armado como lo está ahora.