Cuando se cumplen 20 años del genocidio de Ruanda y mientras una treintena de subsaharianos permanecía seis horas encaramados a la valla fronteriza de Melilla, en Bruselas concluía la cuarta cumbre entre la Unión Europea (UE) y África. Originalmente estaba destinada a tratar cuestiones relacionadas con la seguridad y el desarrollo. Sin embargo, dada la presión que se vive en Melilla y las recientes tragedias en Italia y en España, en las que tantas personas inmigrantes han encontrado la muerte, el tema migratorio se incluyó en la agenda a petición del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.

POCOS MEDIOS // Esta cuestión es, sin duda, la que preocupa más seriamente a los países de la orilla norte del Mediterráneo, convertidos en puerta de entrada a Europa de la inmigración ilegal. Estos países deben hacer frente a la presión con medios escasos. Por ello, la cumbre acordó un plan de acción en el que la UE se compromete a favorecer la movilidad legal y a reforzar el nexo entre inmigración y desarrollo, reduciendo significativamente los costes de las remesas.

El compromiso adquirido por los representantes africanos es el de reforzar el control de sus fronteras y luchar contra las mafias del tráfico de personas. Sobre el papel, este plan es lógico y coherente, pero la impresión es que llega claramente tarde, porque lo que se precisa son medidas de choque para el drama de hoy, no planes a cuatro años vista.

Y por otra parte, su implantación genera dudas, porque la realidad indica que ese tráfico y el subdesarrollo crecen en el caldo de cultivo que genera la corrupción, uno de los males endémicos de África. En los índices internacionales que miden esta lacra, los países de ese continente ocupan lugares destacados.

TRÁNSITOS // La falta de seguridad personal y jurídica y la práctica del soborno convierten a África en un lugar privilegiado para todo tipo de tránsitos, no solo el de personas que buscan su futuro en Europa o que huyen de guerras y persecuciones. También la droga que llega a este lado del Mediterráneo se abre camino por aquel continente. Y también lo hace la mezcla de fanatismo religioso, contrabando y otras actividades delictivas que desde el santuario del Sahel suponen una amenaza para Europa. El plan de acción aprobado en Bruselas puede ser un buen parche, pero es díficil que consiga sanar al enfermo.