La Unión Europea se ha puesto en marcha para intentar paliar los efectos en la economía de la pandemia del coronavirus. Y hasta ahora ha reaccionado bien. El Banco Central Europeo (BCE) ha ampliado en dos fases el montante de su presupuesto para la compra de deuda de los Estados y de las empresas. En la práctica, todo indica que también levantará su propio límite en cuanto al volumen de bonos de cada país que va a adquirir. La Reserva Federal de los Estados Unidos ha seguido la misma línea e incluso ha ido más allá: sus compras serán ilimitadas y abarcarán pagarés de empresa. La Comisión Europea, a su vez, también ha hecho los deberes en la buena dirección. Ya ha anunciado la relajación del cumplimiento de las reglas fiscales. Falta concretar hasta dónde admite aumentar el déficit público, porque ese será el margen que tendrán los Estados miembros para actuar en sus respectivos territorios.

La gravedad de la situación exige más actuaciones, especialmente en materia fiscal. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha lanzado la idea de un plan Marshall. Se entiende el símil aunque posiblemente los mecanismos con los que lograr los objetivos que plantea tengan que ser otros de los que utilizó Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Entre otras cosas porque, como ha dicho el propio Sánchez, esta es una crisis «simétrica» que afecta a todos por igual. Tengan más o menos contagiados o más o menos víctimas, los estados deben pasar por un periodo de cuarentena de entre dos y cuatro meses que ralentiza sino paraliza toda su actividad económica, tanto de oferta como de demanda. Un camino para conseguirlo que España pide sería la ampliación del Mecanismo Europeo de Estabilidad, el MEDE, con el que se consiguió salir de la crisis de la deuda. Se trata de un programa con la garantía de todos los estados. Sería lo más próximo a la mutualización de la deuda sin cambiar el consenso entre los países más partidarios de la austeridad y los que necesitan superarla. Y aún se debería dar un paso más y emitir por primera vez los denominados eurobonos, deuda con garantía conjunta de todos los estados. Si el impacto de la crisis del coronavirus es simétrico es lógico que la salida también sea compartida.

No será fácil conseguirlo, pero esta es una hora de la verdad para Europa. En el mundo de después del coronavirus, las zonas de libre comercio van a ser más importantes que en la última etapa de la globalización.

Alemania debe ser consciente de que no se va recuperar sola. Como tampoco salió sola después de la Segunda Guerra Mundial. Si los ciudadanos europeos no perciben esta vez que la solución a su problema más grave en varias generaciones llega de la Unión Europea será no solo difícil, sino casi imposible mantener vivo el proyecto europeísta. El partido se juega en la economía pero no es solo económico. Es social y, en última instancia, político. Los dirigentes de los países del norte pero también sus ciudadanos deberían ser conscientes de la necesidad de dar un paso al frente.