Recordando mis tebeos, El Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, El capitán Trueno, etc. etc., con frecuencia podía leer ¡Uf!. Una interjección que quería indicar muestra de asombro, dificultad, cansancio, peligro o hastío de la peripecia que se describía o de algún personaje de la misma. En los recreos, ¡uf, qué pelea! en los exámenes, ¡uf qué gente!, para expresar dificultad, o para la explicación de trances con amigos. Hoy el ¡uf! se trapicheó por ¡jo! ¡Jo, qué idiota! ¡Jo, qué dices! ¡Jo, no es capaz de formar Gobierno! En cada caso, el tono musical puede ser diferente según el vocalista se considere más clásico, más moderno o súper progresista, con intensa práctica en el lenguaje exclusivo.

Sesteando con nietos recordé, cómo asignaturas de cualquier plan antiguo de nuestros estudios superiores, llamadas marías, menos una, acosada y perseguida excepción, se convirtieron por acción luminosa del láser progresista, primero en licenciaturas, después en grados y máster con posibilidad de obtener, tras módico, cómodo y pactado esfuerzo, un doctorado neoprogresista, incluso cum laude, por el mismo precio. ¡Uf!

Circunstancias que se pretenden justificar hoy gracias al gran avance de las neurociencias. Otrora, cada especialidad tenía una parte que generalizábamos como neuro. Hoy, estas neuros tienen interesante personalidad propia, como neuromárketing, neuroperiodismo, neurocultura, neuroeconomía, neurobiología, neuropolítica, neurosexualidad, neurojusticia, etc., etc., con el fin de entender el genotipo de determinados fenotipos (Javier, no te rías), adquiriendo todas ellas junto al progresismo, una moderna forma de metafísica que tiene repercusiones más allá del espacio sanitario. ¡Jo!

En una etapa de actitudes neuropolíticas, disgregadoras y turbulentas, nacionales, autonómicas, y esperen que hay antecedentes no muy lejanos de provincias, pueblos y aldeas, que también ansían su libertad no provisional. ¡Uf! Según el terreno en que nos movamos, el sorprendente avance de la tecnología puede ser clave para entender mejor cómo funcionan, actúan y se manifiestan cerebros en determinadas condiciones de poder. ¡Uf! Expresando en sus somas, terribles debilidades neuroquímicas y abriendo un peligroso camino para la incorporación al espectro académico y parlamentario cerebros difíciles de juzgar y calificar. ¡Uf!

No tengo claro si esta evolución de la neurociencia, cuyo avance ha repercutido positivamente en otros aspectos de nuestra sociedad, ha servido para incorporar el cerebro y su potencial al trabajo de nuevas formas de convivir, o para la manipulación neurológica, del ciudadano y de la sociedad. ¡Uf!

Si hemos sido capaces de entender la forma en que nuestros cerebros producen razonamientos morales y cómo se traducen en el contexto social, podemos entenderlos mejor, en términos neurocientíficos, químicos y de imagen.

El análisis político y judicial han recurrido a la neurociencia, incluso han relacionado el atractivo, la huida, la cobardía, de candidatos con la química de nuestros cerebros y las necesidades básicas de pertenencia a un grupo. Otros han explorado las ideas, sobre el papel de las emociones en la toma de decisiones. Es cierto que en la etapa actual, algunos hallazgos de la neurociencia podrían ser todavía rudimentarios, pues están basados en la expresión externa y sus actos, que demuestran el posible escaso contenido intracraneal. Todas estas disciplinas y sus instrumentos están en plena evolución. Todo llegará. ¡Uf, qué adelantos!

A pesar de los enormes avances científicos, el cerebro humano sigue siendo en gran medida un desconocido. Sin embargo, disponemos de algunos hallazgos preliminares en los que basarnos para obtener datos sobre quién y quién no tiene capacidad para dirigir un país. La política divisoria ha pasado a primer plano y es posible que la neurociencia pueda arrojar algo de luz sobre cómo se expresan los cerebros de los políticos ambiciosos y faltos de moralidad. ¿Neuropolítica? ¡Jo!

*Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza