Alguien me contaba hace unos días que desde octubre del año pasado se vende menos ficción porque la realidad se ha vuelto novelesca. Hay varias teorías para explicar la necesidad de ficción del ser humano. Una de ellas es nuestra tendencia a aburrirnos de todo, incluido lo extraordinario. Así somos las personas: lindamos casi por cualquier parte con el tedio. Necesitamos emociones constantes para mantener despierta nuestra innata curiosidad. Esa es la razón por la que consumimos ficciones, en cualquiera de sus formas: series, novelas, películas, obras de teatro, telediarios... Pero también es la razón por la que nos interesan los chismes de la vecina de abajo, las secciones de sucesos, el último caso de adulterio que acabó en divorcio o las mociones de censura. Hoy es un buen día para agradecer públicamente a la clase política que nos haya proporcionado una realidad tan llena de sorpresas, suspense, giros argumentales y sucesos inexplicables, en la que no han faltado ni héroes ni villanos ni víctimas inocentes. Por supuesto, una trama así necesitaba un final a la altura, que superara expectativas y pillara desprevenidos a casi todos, como tienen las novelas que dejan a los lectores con ganas de más. Y lo hemos tenido. Y ahora que hemos llegado al último capítulo de la temporada, tengo una petición para Pedro Sánchez. Por favor, señor presidente, déjenos las emociones fuertes a los novelistas, guionistas y demás y haga usted su trabajo: proporcionar a los ciudadanos una vida tranquila donde no haya que estar sufriendo por lo que ocurrirá en el siguiente capítulo. A ver si puede ser. *Escritora