Desde que ETA comenzó a matar (los historiadores no se ponen de acuerdo con la primera víctima, pero fue en la década de los 60) hasta que tiroteó a un gendarme francés que perseguía a huidos de la banda, en el 2010, sus víctimas suman casi 860 muertos. Que nos han dolido a todos en el corazón. En los últimos 16 años, desde que en el 2003 comenzaron a elaborarse estadísticas, en España han sido asesinadas 1.000 mujeres. Quemadas, apaleadas, apuñaladas, estranguladas, atropelladas. Piensen la forma que quieran de morir, y alguna de esas mujeres la ha sufrido. A nadie, salvo a partidos como el blanqueado Bildu, se le ocurriría pensar que los muertos por ETA se lo tuvieron merecido, o que su fallecimiento fuera equiparable al de los que pierden la vida en un tiroteo casual, o ya que nos ponemos, atropellados por un borracho.

El dolor de los muertos suele quedar para las familias, pero en España, cada muerto por terrorismo ha sido un muerto de todos, porque había muerto uno de los nuestros. Han sido civiles, militares, hombres, mujeres y niños. La sociedad entera. ¿Qué pasa, entonces, para que esas mil mujeres, muertas por el hecho de serlo, vean hoy negado su estatus de víctima de la violencia de género? ¿Por qué nos enredamos en debates semánticos que solo suman sufrimiento al que ya se vive en tantos hogares cada día? Si se convoca un minuto de silencio por la última víctima del lunes en Alboraida, en Valencia, ¿por qué Vox tiene que enturbiar las aguas pidiendo que las concentraciones se hagan cada vez que haya una víctima por muerte violenta, da igual de lo que muera? Por favor: hablamos de mil víctimas en menos de dos décadas. ¿Es que no podemos tener un poquito de humanidad? H *Periodista