Sólo la colaboración de una gran parte de la población puede convertir en éxito la ocupación de un territorio por un ejercito invasor. En caso contrario, la dominación se convierte en un infierno. Ocurrió en España,donde el ejército napoleónico, que era el más poderoso de su época, fracasó en lo que parecía una sencilla operación militar. Desde entonces, unas guerrillas con apoyo popular han certificado ese resultado en Francia,Vietnam y Argelia. No puede haber colonialismo moderno frente a una población unida en la resistencia. Ahora está pasando en Irak, donde la alianza entre suníes y chiítas certifica la soledad del ejército invasor, sometido a una violencia que no puede dominar con la suya.

Si nada de lo que se invocó para invadir Irak ha sido cierto, las consecuencias tampoco pueden ser las previstas. Se decidió la ocupación de Irak para organizar un gobierno amigo y dependiente de los Estados Unidos,que sirviera a los intereses energéticos y estratégicos de Washington. Se suponía que la invasión sería sencilla y que la resistencia terminaría con la caída del régimen de Sadam Huseín. Si los chiítas, a pesar de haber estado sometidos brutalmente por los partidarios del dictador, han terminado por levantarse en armas contra el ejército extranjero que les iba a liberar, el resultado no puede ser distinto del desastre. En la misma medida, el odio que provoca el brutal comportamiento de Ariel Sharon contra el pueblo palestino, sigue situando a los Estados Unidos como el gran enemigo del Islam.

*Periodista