Es prácticamente imposible y cuando se ha conseguido, las experiencias no han sido positivas. Sé que esta afirmación causará estupor en mucha gente que se lamenta de la división con la que la izquierda va a afrontar las próximas convocatorias electorales. Sin embargo, es necesario que los votantes de izquierda asumamos que no solamente no es posible la unidad, sino que incluso puede resultar contraproducente.

Y cuando hablo de unidad de la izquierda no pienso en el PSOE, cuya relevancia histórica y su enorme penetración en todo el territorio justifican su presentación con marca propia y diferenciada del resto. Hablo de los partidos que tradicionalmente se consideran a la izquierda del PSOE y que históricamente han representado el voto de un sector relevante aunque minoritario en el conjunto de la izquierda: Podemos, IU y EQUO con carácter general y otros partidos de ámbito regional como CHA en Aragón.

La historia más reciente nos ha demostrado que la unidad preelectoral de estos partidos no ha sumado sino que ha restado. Y así, en las elecciones generales de junio de 2016 en las que se agruparon bajo la marca Unidos Podemos, perdieron un millón cien mil votos, respecto de las celebradas en diciembre de 2015 en las que Podemos e IU concurrieron por separado. Y en Andalucía, la marca Adelante Andalucía que agrupaba a las mismas formaciones perdió casi trescientos mil votos en las elecciones autonómicas de diciembre de 2018 respecto de las celebradas en 2015 en las que IU y Podemos se presentaron por separado. Dos ejemplos concretos de que la unidad no garantiza la suma de votos.

Los defensores de la unidad a toda costa argumentarán que la pérdida de votos se debió a una mayor abstención, lo que siendo cierto, fue prácticamente irrelevante dado que esta aumentó en un escaso 4% en las generales y en un 5% en las andaluzas. Las razones básicamente tuvieron un carácter político. Tuve la ocasión de analizar la pérdida de votos de Unidos Podemos en las generales de 2016, en un extenso artículo-informe publicado el 6 de julio de 2016 en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, en el que entre otras muchas razones aludía al gravísimo error de Podemos impidiendo que Pedro Sánchez fuera presidente del gobierno en marzo de 2016 convencidos de que el sorpasso al PSOE se iba a producir si se repetían las elecciones, lo que no ocurrió ni siquiera unidos con IU. De igual manera, la beligerancia de Adelante Andalucía contra el PSOE andaluz le ha hecho perder miles de votos en las últimas elecciones.

El votante de izquierdas quiere tener garantías de que su voto va a servir para configurar gobiernos progresistas y eso hoy, superado el bipartidismo, solo es posible llegando a acuerdos poselectorales que serán más o menos fáciles en la medida que el visceralismo de la campaña electoral que se avecina no haga mayor la grieta actualmente existente entre los diferentes actores en liza. Y para conseguir este objetivo hace falta, como para casi todo en esta vida, que los partidos tengan una actitud positiva, es decir, una disposición previa favorable a la comprensión de las propuestas del adversario electoral que facilite el posterior entendimiento y acuerdo. Winston Churchill decía que «la actitud es una pequeña cosa que marca una gran diferencia» y tenía razón, porque una actitud positiva lima las asperezas que producen las legítimas diferencias estratégicas y tácticas existentes entre los partidos de izquierda poniendo en valor la consabida frase de que «hay más cosas que nos unen que las que nos separan».

Pablo Iglesias a propósito de que Íñigo Errejón constituyese Más Madrid para la comunidad sumándose al municipal de Manuela Carmena acuñó para ellos la expresión «izquierda amable». Lo hizo con carácter despectivo y sin embargo, yo creo que definió perfectamente el modelo al que nos sumamos la mayoría de los ciudadanos progresistas que votamos izquierda, que despreciamos que la bronca y el insulto sean los protagonistas de la vida pública y que tampoco apreciamos la actitud de aquellos personajes públicos que plantean todo en negativo con expresiones que les hacen aparecer permanentemente cabreados con lo que les rodea. Tenemos muchos ejemplos en la política española, en la aragonesa o en la zaragozana, aunque no hablaré de ellos porque no me interesan y porque representan una izquierda que hay que superar y olvidar.

Sin embargo sí que nombraré a políticos que formarían parte de esa «izquierda amable» que puede tener buenos resultados electorales y que genera grandes simpatías y amplios consensos: pongamos que hablo de Pedro Sánchez, de Íñigo Errejón, de Ángel Gabilondo o de Manuela Carmena en ámbitos estatales o madrileños o de José Luis Soro, Susana Sumelzo, Maru Díaz, Pilar Alegría o Violeta Barba en Aragón o Zaragoza. ¿Alguien les ha oído a estos políticos una palabra más alta que otra, un insulto o una descalificación grosera del contrario? Estos son los que después facilitarán los acuerdos si mantienen su perfil propio y no se desdibujan en falsas plataformas unitarias.

*Profesor