Más ha hecho el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, por la formación de un Gobierno palestino de unidad apoyado por Hamás y Al Fatá que los partidos implicados en la operación. La esterilidad de nueve meses de conversaciones entre el Gobierno israelí y la Autoridad Palestina, tuteladas por Estados Unidos, ha empujado hacia el acuerdo momentáneo a dos adversarios que, más allá de las palabras, mantienen enormes divergencias acerca del camino a seguir y del programa que debe alumbrar un Estado palestino. La convicción de que las negociaciones han sido inútiles para detener la autorización de nuevos asentamientos de colonos en Cisjordania ha desembocado en ese Gabinete de tecnócratas, presidido por Rami Hamdalá, cuya misión más trascendental es llegar en medio año a unas elecciones legislativas y presidenciales que suelden un pacto que ahora está prendido con alfileres.

La analista Patricia De Gennaro, del World Policy Institute, no duda en afirmar que es una constante histórica el crecimiento de los asentamientos cada vez que se negocia algo: "Seamos realistas: los asentamientos son un grave problema. Crecen cada año; aumentan cada vez que hay un proceso de paz. Así que constituyen un contencioso". Ese contencioso desbarata el punto de partida de cualquier transacción que aspira a hacer realidad el principio paz por territorios, divide a la comunidad palestina y alienta el extremismo.

La dureza del choque interpalestino en el bienio 2006-2007, que acabó con la expulsión de Al Fatá de Gaza, no se liquida mediante un acuerdo político que, en su gestación laboriosísima, dejó en evidencia que ambas partes están bastante lejos de la reconciliación. El relato sin micrófonos del proceso de formación del Gobierno de unidad incluye dosis considerables de desconfianza y memoriales de agravios que de momento nadie está dispuesto a archivar. Quizá sea cierta la afirmación de Jaled Meshal, líder de Hamás, de que "solo la unidad palestina forzará a Israel a cambiar", y puede que sea asimismo lógica la convicción del presidente Mahmud Abás de que solo la viabilidad política de Palestina a través de la unidad puede lograr que avance el proceso. Pero el recuerdo del combate del 2007 entre palestinos, las divergencias fundamentales entre facciones --Hamás no reconoce el derecho de Israel a existir, aunque sí el Gobierno palestino, dice Abás--, la presión de la Yihad Islámica sobre la momentánea conversión al posibilismo de Hamás y las penalidades que soporta la población de Gaza, superiores a las muy extremas de Cisjordania, llenan el futuro de incógnitas.

Los conocedores de la letra pequeña del conflicto palestino-israelí sostienen que, después de que Palestina ha logrado hacerse visible en los organismos internacionales, lo que ha perseguido EEUU para olvidarse del problema es conseguir algo asimilable a la independencia efectiva de los territorios ocupados, aunque sea mediante un largo calendario de aplicación. Las idas y venidas del secretario de Estado, John Kerry, del todo infructuosas, y el compromiso personal del presidente Barack Obama han tenido un coste político muy alto y, por añadidura, han transmitido la sensación de que la Casa Blanca anda a remolque de la política de hechos consumados del Gobierno israelí. Cuando se pasa de la diplomacia y las frases protocolarias a las acusaciones de hipocresía dirigidas a Netanyahu por el entorno de Obama es que hay algo más que hartazgo.

Si hace unos meses se pudo pensar que Obama estaba dispuesto a fajarse con una negociación llena de compromisos para pasar a la historia como el presidente que acabó con el eterno problema de Oriente Próximo, hoy no hay ningún indicio que permita pensar que, antes de que acabe su mandato, habrá roto el nudo gordiano. Cuando Netanyahu declara que "Abás ha elegido el terrorismo por encima de la paz", descarta incluso la "paz de los valientes", invocada en el pasado por Shlomo Ben Ami. ¿Qué paz sería esta? La que no persiguiera la unanimidad y el consenso político en ambos bandos; la que aceptara que la única paz viable entraña un elevado precio político en Israel y en Palestina.

El caso es que nada de eso es factible. Detrás de las palabras hirientes está la constante de que, cuanto más se aleja la posibilidad de un acuerdo y la solución de los dos estados, mayor es la capacidad de Hamás y la Yihad Islámica de captar a una población hastiada y exhausta. A menos resultados, más radicalismo; a más frustraciones, menos disposición a aceptar soluciones intermedias. Y, entre tanto, la proliferación de asentamientos en Cisjordania con bastantes más de 300.000 colonos lleva inexorablemente a la solución de un solo Estado y a un mapa social cada día más parecido a una versión actualizada del apartheid.

Periodista