Trabajarán los progresistas a favor de Kerry?". "¿La campaña está perdiendo el apoyo de los afroamericanos?". "¿Molestará a las mujeres la afirmación de Kerry sobre que la vida se inicia en la concepción?". "¿Soportarán los trabajadores a un candidato librecambista?". Los miles de periodistas que asisten en Boston a la convención demócrata están desesperados por lograr noticias. Cualquier fisura, cualquier expresión de descontento, obtiene un titular: "Teresa la esposa de Kerry le dice al periodista de un periódico derechista que se lo meta por donde le quepa", brama la página principal de American On Line (AOL). Pero la realidad de esta convención es muy clara, y la prensa podría estar omitiéndola.

En primer lugar, los demócratas están más unidos que nunca. Esto no puede sorprender. La adversidad genera unidad si se consigue que lata el corazón de la izquierda. Ahora la derecha domina la Casa Blanca, la Cámara de Diputados y la mayoría en el Senado. La amenaza que plantean los elementos más derechistas del partido republicano unifica, moviliza y alarma a las personas conscientes de todo el país.

En segundo lugar, sabemos que los activistas progresistas no van a quedarse en casa. Los progresistas incorporaron su voz al partido en las primarias, forzando una severa crítica a George Bush cuando las personas bien informadas de Washington aconsejaban a los candidatos que evitaran enfrentarse con el presidente. Los progresistas recaudaron millones para denunciar los fracasos de Bush. Esta unidad de objetivos se refleja en el descenso en los sondeos de Ralph Nader. Los afroamericanos, los latinos, las mujeres, los ecologistas, los activistas contrarios a la guerra, los activistas gay, los miembros de los sindicatos, todos están ya en la cancha electoral con la atención centrada en batir a Bush.

En tercer lugar, la prensa se ha mostrado preocupada por la intervención del gran capital en estas elecciones: George Soros y su financiación de iniciativas para que los votantes se registren, empresarios de Silicon Valley, aspirantes a secretarios del Tesoro de Wall Street, los miembros de grupos de presión que empiezan ahora a asegurar sus apuestas.

Pero la gran noticia no está en el gran capital, está en el poder de las pequeñas donaciones y de las nuevas tecnologías. Howard Dean y el movimiento moveon.org han demostrado que los aspirantes progresistas podían recaudar más dinero en pequeñas donaciones a través de internet que el que podían obtener de los grandes grupos económicos los propios candidatos. Durante la próxima década éste será el auténtico legado de esta campaña y el acicate para un potente movimiento de reforma progresista.

En cuarto lugar, la prensa sigue sugiriendo que Bush y Kerry están disputándose el centro. Pero todo candidato intenta situarse en el centro. Así es como se forjan las mayorías. La cruda realidad de esta campaña es que plantea grandes dilemas a los estadounidenses.

¿RECUPERARAEEUU la confianza del exterior, o continuará por una vía que nos ha dejado menos admirados, más aislados y menos seguros que nunca? ¿Eliminaremos la reducción de la presión fiscal a los sectores con mayor poder adquisitivo para invertir en educación y asistencia sanitaria, o continuaremos debilitando a la mayoría a favor de una minoría? ¿Tendremos un presidente que nos una o uno que ha perfeccionado la política de la división? ¿Tendremos un presidente cuya puerta esté abierta a los líderes de los movimientos por los derechos civiles o volveremos a tener uno que ha impuesto una política de puertas cerradas? ¿Crearemos puestos de trabajo mientras avanzamos hacia la independencia energética o secundaremos una gran política energética del petróleo que nos hace más dependientes del petróleo extranjero? ¿Tendremos un presidente que eleve el salario mínimo y proteja la semana de 40 horas? La lista podría continuar, pero la cuestión está clara. El próximo otoño, los electores se enfrentarán a una importante elección sobre la dirección del país.

Esta semana, John Kerry presenta su programa a los estadounidenses. Asumirá el riesgo de ofrecer una política de esperanza frente a la política de miedo y división del presidente. Lo cierto es que la política destructiva funciona en este país y el presidente es un profesional experimentado en este sucio arte. Sólo hay que preguntarle al senador John McCain sobre la campaña de Bush en el 2000 y cómo consiguió cuestionar el servicio activo de McCain en Vietnam. Kerry está decidido a ofrecer a los estadounidenses una visión de lo que pueden llegar a ser, frente a la campaña de reelección presidencial más destructiva de la historia. La estrategia de Bush es mantenerse en el cargo derribando a Kerry, dividiendo EEUU y envolviéndose él mismo en la bandera.

Este es el drama real de las elecciones. ¿Darán la espalda los estadounidenses a la política del miedo y la división, y escogerán una política de esperanza? Esta semana, en Boston, se desarrolla el primer acto de este drama.

*Pastor baptista y antiguo aspirante demócrata a la presidencia de EEUU.fTribune Media Services.Traducción de Xavier Nerín.