Como a cualquier persona de bien, me preocupa que el Gobierno regional aragonés no dé el dinero necesario para que la Universidad de Zaragoza pueda subsistir con un mínimo de decencia, y mucho peor me parece que incumpla el pacto de financiación que el anterior Ejecutivo aprobó. Por ello, felicito al actual rector por haberse decidido a poner una demanda judicial, aunque me temo que al final se echará para atrás. Sin embargo, mucho más que la pobreza económica, me preocupa la pobreza intelectual en que está sumida la universidad española.

Por desgracia, el declive de la universidad española se inició en el siglo XVIII. Pérez Reverte, en XL Semanal (30-11-2014), dice que Jovellanos se quejaba de que mientras en el extranjero progresaban la física, la anatomía, la botánica, la geografía y la historia natural, en las aulas universitarias españolas se seguía debatiendo si el ente es unívoco o análogo, y cuando el gobierno decidió implantar la física newtoniana en las universidades, la mayor parte de los rectores y catedráticos se opusieron a esa iniciativa.

ES EVIDENTE QUE ese tipo de críticas no son aplicables a la universidad española actual. Hoy en día, el mal que corroe a nuestra universidad radica en su endogamia, en su burocratización y en una legislación que permite que pueda darse la misma corrupción que la de los partidos políticos. En el año 2001 publiqué un libro titulado La universidad democráticamente masificada, en el que ofrecía suficiente información sobre la demagogia y la mediocridad que se da en nuestras universidades. Por lo tanto, no voy a repetir aquí lo que dije allí. Como muy bien afirmaba Félix de Azúa en su artículo publicado en el diario El País, es ese caldo de cultivo el que explica que puedan darse casos como el de Íñigo Errejón, uno de los mandamases del flamante partido Podemos.

Por lo que se refiere al caso concreto de la Universidad de Zaragoza, pienso que es absolutamente imprescindible crear una comisión de evaluadores externos cuyo objetivo sea llevar a cabo una auditoría rigurosa de la competencia y dedicación del profesorado, de las funciones que tiene asignadas el personal de administración y servicios, del modo en que se ha seleccionado al profesorado desde la aprobación de la Ley de Reforma Universitaria en el año 1983, de los criterios empleados para el nombramiento de tribunales en la selección de todo el personal universitario y para la evaluación de las tesis doctorales, del nefasto papel que ejercen los grupos de presión que controlan y mandan en esta universidad, de la relevancia de la investigación que llevan a cabo los múltiples grupos de investigación existentes, o incluso si algunos no investigan nada a pesar de estar reconocidos, del modo de evaluar a los estudiantes lo cual explicaría las diferencias entre las calificaciones que otorgan unos y otros profesores a los mismos alumnos o la causa de que un mismo estudiante sea un zoquete en las asignaturas obligatorias y una lumbrera en las asignaturas optativas, del discutible valor añadido que aporta la Oficina de Transferencia de la Investigación, del desfase de titulaciones en los distintos campus y, por supuesto, del elevado número de cargos de confianza y de los criterios que se siguen para su nombramiento.

Esa exhaustiva evaluación a la que me he referido en el párrafo anterior debería ser impuesta a la universidad sin temor a las protestas que pudieran generar los grupos de presión que la controlan, siendo financiada por el gobierno aragonés. Por su parte, el equipo rectoral tendría que sentirse muy satisfecho de que se llevara a cabo, dado que se supone que no tiene nada que temer ni esconder. Una vez conocidos los resultados, sería el momento de replantearse el sistema de financiación, después de haber realizado los ajustes que fueran necesarios para mejorar la calidad de la docencia y de la investigación. Obviamente, ello no justifica que el Gobierno aragonés se niegue a aportar los recursos que se comprometió en su día, argumentando, como hizo la actual presidenta, que el número de alumnos ha descendido en estos últimos años.

"FLORECÍAN ANTAÑO los estudios, crece ahora el no hacer nada. Ahora, los niños de diez años arrojan de sí el yugo y se las dan de sabios, los ciegos arrastran a los ciegos, se echan a volar aves implumes, los asnos tocan la cítara, saltan los bueyes en el aula. Lo que se desechaba antes hoy resplandece. En suma, que todas las cosas se salen de su camino. Considere esto el prudente, limpie y descargue su corazón" (Alejandro Nieto, 1984: La tribu universitaria, página 145). En ese ambiente, unido al clima de corrupción generalizada que existe actualmente en nuestro país, resultaría injusto pedir peras al olmo.

O lo que es lo mismo: sería absurdo demandar la existencia de una universidad exenta de chanchullos, derivados de la endogamia que le es propia. Hagamos primero una evaluación rigurosa y después tratemos de mejorar su funcionamiento y financiación.

Catedrático jubilado.

Universidad de Zaragoza