La truculenta historia del máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, puede ser utilizada para ejemplificar la terrible deriva a la que algunos quieren someter a la universidad. El neoliberalismo, que lleva años infiltrándose en todos los estratos de nuestra sociedad, convierte todo en negocio, desvirtuando por completo la dimensión de servicio social que ciertos sectores, como la educación o la salud, debieran mantener contra viento y marea.

Llevamos semanas asistiendo, estupefactos, a un sainete que nos habla de la prepotencia de quienes nos dirigen, del desprecio a unas mínimas reglas del juego. Como buenos liberales, los protagonistas de esta historia nos dejan claro su apuesta por el esfuerzo: por el esfuerzo ajeno. A pesar de que los liberales, desde los inicios de su doctrina, vinculan esfuerzo y trabajo con riqueza y éxito, siglos de liberalismo muestran que, por el contrario, quienes trabajan y se esfuerzan suelen salir menos recompensados que los que viven del trabajo y el esfuerzo ajeno.

Cifuentes ha querido lucir un máster sin el esfuerzo de estudiarlo. Sin duda es grave, por el agravio comparativo que supone. Pero todavía lo es más la lógica a la que el neoliberalismo somete a las instituciones educativas. En primer lugar, porque las convierte en un mero lugar de negocio en el que se ofertan productos que, quien tenga dinero, podrá adquirir sin demasiado, ninguno en este caso, esfuerzo. Es la lógica neoliberal, que ve en todo un negocio: planes de pensiones, seguros médicos, títulos universitarios, todos ellos no son sino productos, como cualquier otro que se oferta en una tienda. Su adquisición depende del dinero. Quien lo tiene, lo adquiere, quien no, debe aguantarse. Productos-pasaporte, por otro lado, que permiten llegar a otros lugares, reservados para sus poseedores. Es la cuestión que pretendía señalar en segundo lugar. Muchos estudios son habilitantes, sin ellos no es posible desempeñar un determinado trabajo. De ahí que se convierten en necesarios para ciertos sectores sociales y, por tanto, en un objeto preciado. Pues bien, paralelamente al máster de Cifuentes, nos hemos enterado de que la misma universidad impartió un grado dirigido a la policía para permitir el acceso a puestos superiores. Nada que objetar, si no fuera porque lo que la URJC ofertaba tenía la duración y carga lectiva de un año, mientras que en otras universidades dura cuatro. Por poco tiempo y dinero, la Rey Juan Carlos habilitó a ciertos mandos policiales para llegar a lo más alto del escalafón.

Cifuentes ha puesto sobre la mesa algo que ya, a estas alturas, todos sabíamos: que el Partido Popular convierte en un lodazal todo aquello a lo que se aproxima. La Justicia, los cuerpos de seguridad, las instituciones en su conjunto, tardarán mucho tiempo en eliminar las huellas de la ignominia a las que las está sometiendo el PP. La sanidad valenciana y madrileña saben de los devastadores efectos del neoliberalismo compartido por PP y Ciudadanos, de sus ansias de rapiña, aunque eso suponga deteriorar un servicio público. La Universidad Rey Juan Carlos, creada por otro imputado del PP, Gallardón, y ya previamente famosa por su anterior rector, que fiel a la teoría del esfuerzo ajeno, se dedicaba a escribir libros con textos de otros, parece haberse convertido en un chiringuito de los populares para promocionar a amigos, cuadros y cercanos, al tiempo que algunos espabilados se dedicaban a hacer negocio. Neoliberalismo en plena esencia: ganar pasta vendiendo humo. Un humo, eso sí, ideado para servir a algunos para subir muy alto. Todo bajo el que pudiera ser el eslogan de una universidad, la Rey Juan Carlos, que quiere hacer honor a su nombre: llega a lo más alto, sin esfuerzo alguno. Algunos, como el último trilero del PP, Pablo Casado, nos consideran tontos, muy tontos, y nos quieren hacer creer que Harvard está en Aravaca.

La universidad pública, que afortunadamente aún se defiende contra esta concepción rampante neoliberal, aunque sus efectos lleven apreciándose hace tiempo en ella, debiera salir con contundencia en defensa de un modelo público y de servicio social. Abandonar ese discurso que pretende someterla a los intereses menos confesables del sector privado. Y sobre, todo, a través de la conferencia de rectores, exigir de la manera más contundente la depuración de responsabilidades en la URJC, en beneficio de la mayoría de los alumnos honestos que en ella estudian.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza