Cada comienzo de curso preguntas a tus alumnos qué libro están leyendo y no deja de sorprenderme una y otra vez la respuesta: menos del 50% de los universitarios no leen libros y bastantes no han leído ninguno en su vida, ni los obligatorios en secundaria. Lo primero que me viene a la mente es lo que se están perdiendo. El enorme placer de leer.

Pero cuando te dedicas a formar, las reflexiones tienen otras vertientes y la primera tiene que ver con la esencia del trabajo docente, con el fomento del aprendizaje.

Los resultados de la lectura en la universidad van más allá que la mera anécdota difundida estos días de que en el Monasterio de Veruela, Bécquer realizó una estancia para curarse de su enfermedad. Lo que se observa es una grave deficiencia en la comprensión lectora y expresiva. A nuestros estudiantes les cuesta en bastantes ocasiones entender un texto no excesivamente largo, mantener la atención de una charla sin apoyo visual y redactar con un mínimo de orden sintáctico un pequeño documento.

Observamos que una pregunta, inserta en un pequeño párrafo de cuatro o cinco líneas, genera verdaderos despistes. Así mismo no es infrecuente observar párrafos de cuatro o cinco líneas en trabajos de fin de grado sin un solo verbo. Es posible que en algunas carreras técnicas esto pueda pasar desapercibido o no desvirtúe demasiado el aprendizaje, la esencia de la materia, pero en ciencias sociales es un asunto grave. Nos podríamos escudar en el que estas capacidades deberían adquirirse cuando se llega a la universidad y como requisito previo de acceso, pero está claro que no es así y diría que tampoco es de ahora el problema. He conocido ilustres letrados en instituciones autonómicas y locales para los que la estructura, sujeto, verbo y predicado, era una figura realmente excepcional. Y entonces ¿qué hacemos? ¿dejamos que siga la rueda y nuestros graduados presenten esas carencias o revisamos las posibilidades de contribuir a repararlas? Es probable que, algunos de nuestros métodos de enseñanza-aprendizaje y evaluación desincentiven y agraven la comprensión lectora y la expresión escrita. Sin desviarse de nuestras obligaciones en cuanto al contenido de las disciplinas académicas algunas tareas sobre todo en algunas materias sería aconsejable estimularlas.

Estudiante bulímico

Esas carencias de comprensión y de expresión se agravan con esas prácticas de estudio que observamos con las salas de estudio. El Plan Bolonia contemplaba el trabajo y estudio continuo desde el primer día de clase. Cierto es que las condiciones materiales en la universidad no se dan para implementar su filosofía. No ha debido cambiar mucho desde nuestros tiempos cuando observamos que las salas de estudio se llenan durante ese mes escaso que pueden durar los exámenes. Es la práctica bastante extendida del estudiante bulímico: atracón en un mes, seguramente en menos, examen, y a los dos días, no ha quedado ningún poso. No quiero ser pesimista, algo quedará, pero para tal como están los tiempos, se me antoja pobre el resultado. Pero hay más cosas en las carencias formativas, en este caso relacionadas con la maduración personal. Llega a haber padres que quieren asistir a las revisiones de exámenes o que protestan, en las cartas al director de periódicos por la presencialidad o no de las clases de sus hijos. ¡Estudiantes universitarios!

Los jóvenes de hoy en día en España tienen un futuro realmente complicado. En El muro invisible, del grupo Politikon, se retrata bastante bien. Sin llegar a apelar a la rebeldía juvenil, a su lucha por un futuro mejor, hay cosas que uno puede hacer, a muy bajo coste, con mucha utilidad y que además dan felicidad y bienestar, individual y social, como es la lectura. Si la inquietud juvenil, y no tan juvenil, no les lleva a eso, el entorno familiar debería tomárselo muy en serio. Más en serio que esas prácticas tóxicas de algunos padres con sus hijos. Menos paternalismo, menos algodones, menos proteccionismo castrador y más apelación al esfuerzo, que no tiene por qué ser un sacrificio. De una forma ponderada llega a ser motivador y estimulante. Bien para el que lo hace y bien para la sociedad.