El Foro Económico Mundial, ese exclusivo club que se cita en Davos, reconoce el peligro de la creciente brecha entre ricos y pobres, pero lo coloca en el cuarto lugar de los diez factores que más le preocupan. Será por el imprevisible potencial que la insatisfacción puede alcanzar como agitación social. Y es que las vueltas de tuerca se suceden en la parte más lejana de la cabeza del tornillo. España es el país de la UE más desigual desde la crisis. Mientras que en 2007 el 20% más pudiente tenía 5,2 más ingresos que el 20% más pobre, en el 2012 ya había que multiplicar ese dato por 7,2, con la consiguiente repercusión negativa en el consumo y la demanda interior.

El informe de Intermón Oxfam titulado Gobernar para las élites ofrece datos que refrendan esta perversa tendencia y ratifican otros, ideológicamente diversos, como el de la Fundación Alternativas o Cáritas. Nos han mentido. La austeridad no está resultando un eficiente plan de recuperación económica sino, más bien, la cortina que el capital financiero utiliza para hacer desaparecer derechos sociales y flexibilizar el lenguaje político en la vida pública.

No puede hablarse de sacrificio común cuando en España en el 2013 los sueldos directivos han subido un 7% mientras el paro afecta al 26,03% de la población activa, lo que sugiere que un problema agudo puede acabar siendo crónico y estructural, como subraya la OIT.

Apoyarse en los datos macroeconómicos y en la inevitabilidad de este sistema no es realpolitik. Es un tramposo y falso pragmatismo frente a esfuerzos asilados como el de Ed Miliband en Gran Bretaña, donde ha propuesto un nuevo capitalismo que nunca llega. La especulación vive del beneficio de hoy y de cada día y no necesita a la historia. Pero la democracia y la ciudadanía necesitan un discurso coherente y un futuro conjunto.

Hoy, el relato dominante vive entre el cinismo y la doble moral de Bruselas (que receta pero avisa que ya ni el trabajo garantizará evitar la pobreza) y la obscena ficción del multimillonario Bill Gates, que vaticina que en el 2035 no quedarán países pobres en el mundo. No hay duda: en el universo macro hay sitio para todo, menos para las personas. Periodista