Acostumbrado como estoy a decir o escribir palabras, éste es uno de los días en los que resulta casi imposible hacerlo. Antes de escribir la primera he permanecido varios minutos enfrentado a la pantalla en blanco, sin saber qué decir y desechando las primeras palabras que me venían a la cabeza por obvias, por repetidas y por inútiles.

¿Por qué expresar mi horror y mi asco, si son los mismos que sienten cualquiera de ustedes? ¿Qué sentido tiene manifestar lo cercano que me siento de las víctimas, si cualquiera de ustedes se siente igualmente cercano? ¿Para qué calificar a quienes son capaces de hacer lo que han hecho, si todos los adjetivos los han puesto ustedes?. ¿A qué vendría poner por escrito lo que pienso de ellos, si es lo mismo que piensan ustedes?

Hay quien se pregunta quiénes han sido, pero ya lo sabemos: unos asesinos. Así de fácil. ¿Qué más da si lo hacen en nombre de Euskalerría, del Islam o de cualquier otra abstracción que sirva como pretexto para matar, aterrorizar y amenazar las libertades de un pueblo? Y lo han hecho justamente en vísperas de que ese pueblo ejerza su derecho a elegir Gobierno, de modo que tenemos el deber --no sólo el derecho, también el deber-- de llenar las urnas el domingo con nuestros votos. Hay que votar porque, vaya a quien vaya y diga lo que diga ese voto, dirá NO a los asesinos. Esa coincidencia, que seguramente no es casual, nos permite hablar con más elocuencia de la que pueden alcanzar las palabras.

*Periodista