Ya lo sabemos: la cultura no es urgente. El arte nos hace, individual y colectivamente, mejores: más críticos, más independientes, más libres. Si me apuras, hasta mejores personas. Pero la cultura no es un tema urgente, de vida o muerte, y por eso como sociedad nos ha preocupado siempre lo justo y necesario. La precariedad, que ha existido siempre, que siempre ha ido de la mano del creador, ahora pasa por malos momentos.

Por una parte, el sector profesional y especializado a duras penas sobrevive. Por otra parte, precisamente porque la cultura no es urgente, y alimentada la idea romántica de que un artista no tiene por qué vivir de su obra, sino que debe crearla por la obra en sí, hemos acabado idealizando la figura del creador precario. Si no quieres componer, escribir, interpretar o dibujar porque no llegas a final de mes, no lo hagas.

Encualquier caso, a pesar de no ser urgente, la cultura puede salvarnos, como decía, tanto individual como colectivamente. El eterno debate del dinero público y la creación ha tocado techo. Quizá lo que necesitamos es que el dinero destinado a la cultura vaya a parar a manos del público. Es generando público como profundizaremos en el discurso: si la sociedad -ya sea creadora o no- tiene dinero para consumir cultura, no hará falta que la eduquemos ni la convenzamos de nada. Público creado, público que consume. Y de esta manera la rueda precarizada de la cultura -creadores incluidos- se agilizará. El día en que los creadores puedan, con sus propios ingresos, consumir cultura sin tener remordimientos, habremos dado con la fórmula. H *Escritora