Se dice de Hitchcock que era un gran voyerista. Según nuestro diccionario es un adjetivo que define a una persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas. Así lo plasmó el genial director en su película La ventana indiscreta (Rear Window), del año 1954. Ya saben la historia. James Stewart es Jeff, un fotógrafo que, escayolado, debe pasar una buena temporada inmovilizado. Lo que le lleva a ejercer de mirón de un vecindario que esconde más de un secreto. El ingenio de los genios nos permite a los ingenuos aprovechar su inteligencia para mirar a través de sus gafas.

Por eso veo tanto parecido entre esa obra maestra del suspense y la jornada electoral. Llevamos años mirando. Y, dadas las audiencias en televisión de los debates políticos, está claro que nos gusta observar. Los protagonistas hablan, gesticulan, interpretan, dirigen y conviven en la casa que habitan. A unos les hemos dado las llaves y otros solo tienen derecho a cocina y baño compartido. Suelen hablar mucho de las urnas. Unos las piden. Algunos las evitan. Y otros las quitan. Pero, afortunadamente, el mundo gira a su alrededor. Estas cajas transparentes tienen un poder casi mítico y, al mismo tiempo, equipara como personas iguales a seres humanos muy diferentes. Nuestro protagonista cinematográfico sufre porque ve más allá de lo que físicamente puede evitar. Es una parálisis que tiene su correlación en nuestro comportamiento. Lo decía Benjamín Franklin y lo ha corroborado la psicología científica. «La peor decisión es la indecisión». O lo que es lo mismo, nos recuperamos mejor de una frustración tras una mala decisión que de una actitud pasiva incapaz de decidir.

Cuando debemos elegir, la responsabilidad tiene un efecto sobre el comportamiento. Sabemos que el estrés dificulta la elección correcta. Por eso hay muchos actores interesados, en beneficio propio, en incrementar el nivel de ansiedad para embarullar las posibilidades de éxito de las diferentes opciones. En este sentido son muy interesantes los estudios desarrollados por el profesor Gideon Nave, de la universidad norteamericana de Pensilvania. Estudió la relación entre la precisión y velocidad en la toma de decisiones. Observó la existencia de procesos intuitivos muy veloces y eficaces para elegir una opción, pero con abundantes errores en problemas muy sencillos de resolver. Utilizó para ello la llamada Prueba de Reflexión Cognitiva de Shane Frederick. Les pongo un ejemplo. Respondan a esta pregunta: un bolígrafo y una goma cuestan 1,10 euros. El bolígrafo cuesta un euro más que la goma. ¿Cuánto cuesta la goma? En cambio, otros procesos más elaborados implican una inteligencia más analítica, despersonalizando y alejando de contexto los problemas, lo que requiere un mayor tiempo de reflexión y análisis. Son más lentos pero tienen menos errores en su aplicación. Ambos procesos son fundamentales y complementarios en la resolución de problemas. Lo importante es saber cuándo debemos aplicar cada uno de ellos a cada tipo de decisión. En esto Jeff, desde su ventana tan poco discreta, sabe mezclar intuición y reflexión para saber lo que está pasando. Y eso que tiene a su enfermera, Thelma Ritter, ejerciendo de simpático poder conservador, para espetarle que todo iría mejor si la gente se preocupara de lo que ocurre en su propia casa y no en la del prójimo. Vamos, lo que siempre me decían mis padres. Y así me ha ido.

Como ven toda una declaración de principios para tener en cuenta a la hora de resolver un problema. Si la decisión es crítica, el planteamiento debe serlo también. No olvidemos que la palabra crítica proviene del griego e indica analizar, discernir y separar. El planteamiento resolutorio debería ser escéptico por naturaleza. Significa que debemos poner el saber por encima del creer. Estamos obligados a responder con reflexión ante un mensaje emocional que es más una provocación que un mero estímulo. La política tiende a alcanzar, cada vez más, una velocidad de aceleración constante. De ese modo el día de las elecciones transforma una llegada en un nuevo punto de salida. Si los comicios fueran una carrera ciclista, diríamos que el resultado del domingo es una meta volante (o votante) más. Con lo que el agotamiento está asegurado. Y como decía aquel famoso anuncio de neumáticos, la velocidad sin control no sirve de nada. Si seguimos al ritmo vertiginoso de la peor política, el riesgo no es una crisis en el modelo de representación. Es una crisis de sociedad. Mucho de esto es lo que nos jugamos en las elecciones. No somos ni las víctimas, ni los justicieros de la democracia. Somos los protagonistas. Es el momento de romper nuestra escayola para levantarnos e ir a cambiar, mejorar y transformar la realidad en la dirección de nuestras ideas. Sumándolas a las de los demás, porque seguiremos viviendo bajo el mismo techo por mucho que cambiemos la decoración. ¡Ah! Se me olvidaba. El precio de la goma son cinco céntimos. Si no acertó la respuesta, dele una vuelta más a su voto.

*Psicólogo y escritor