De pronto el dirigente de C’s Juan Carlos Girauta se ha dado cuenta que el PP «se cierra como una ostra» con la palabra corrupción, y que ahí «se acaba cualquier vía de cooperación». ¡Uy!, como si fuera nuevo el comportamiento de los populares en este apartado. Era enero del 2012 cuando la vicepresidenta Sáenz de Santamaría anunció que el Gobierno remitiría a las Cortes una Ley de Transparencia y Regeneración democrática, como eje de su programa de reformas. Un año tardó en relanzar la idea, empujada por la caída del crédito ciudadano reflejado en las encuestas, pero en el 2015 el PP aún no había firmado el convenio concreto ofrecido por Transparencia Internacional.

A día de hoy nada ha cambiado pese a ese compromiso de investidura con Albert Rivera que pasará a la historia como el Pacto de las lentejas. No importan la avalancha y acumulación de las sospechas. En su feudo de Madrid, el juez Velasco ha observado «potentes indicios y datos objetivos» sobre la financiación ilegal de los populares bajo la dirección de Esperanza Aguirre, cuya actitud esquiva y victimista es de una soberbia indignidad. Otro tanto pasa en Valencia, donde el sumario del caso Taula habla de un gasto en negro para las elecciones del 2007 veinte veces superior al declarado y permitido. Luego está Murcia. Una vez más faltando a su palabra y a lo rubricado por escrito, Génova no solo no ha hecho dimitir sino que además va a apoyar a su presidente autonómico Pedro Antonio Sánchez, que ya compareció por cuatro delitos de prevaricación continuada, fraude, falsedad en documento oficial y malversación de caudales públicos, y al que el propio juez Velasco atribuye otros tres más, mientras este, como aforado, se jacta de contar con el aval de cuatro fiscales del Supremo.

Todo este tiempo, estos acontecimientos y algunos más han tenido que pasar para que el resto de partidos se hayan puesto de acuerdo en crear una comisión en el Congreso que investigue esa presunta, posible o probable tupida y generalizada trama. Pero Mariano Rajoy ni se inmuta; se encierra en su concha sabedor de que a partir de mayo podrá acabar con los momentos de apuro convocando unas nuevas elecciones que claramente volvería a ganar. Las urnas como última herramienta cómplice para blanquear la responsabilidad política. Es obvio que hasta que estas no penalicen inequívocamente la corrupción no habrá regeneración democrática que valga. H *Periodista